Oí al Mensajero de Dios -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, diciendo:

«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».

Lo transmitió Muslim.

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jueves, 22 de marzo de 2012

Reflexiones de un musulmán europeo.


Para saber del islam se hace preciso aprender el árabe, la lengua del Corán
Autor: Nicolás Roser Nebot


Se me ha pedido una reflexión sobre la situación que encuentra un musulmán en su vida diaria en Europa. Es decir, la impresión que tiene alguien con creencias islámicas acerca de cómo es percibido por sus conciudadanos no musulmanes, y cómo los observa él a ellos en su interrelación cotidiana.

Por supuesto, lo que voy a exponer aquí se refiere a España; y habrá que hacer los cambios oportunos si se quiere poder aprovechar estas reflexiones y trasladarlas a otros contextos europeos.

En lo primero que pienso es en el desconcierto que causa mi condición de musulmán en las personas que tienen alguna relación conmigo de entre los no musulmanes que pertenecen a la mayoría cristiana, o a alguna de sus minorías cristianas, que conforman el grueso de la población europea hasta el momento. Naturalmente, esto no ocurre con los miembros de otras minorías religiosas no cristianas, pues éstos poseen una situación de partida similar a la mía, sólo que el desarrollo de esa situación y las consecuencias son diferentes según sea la minoría religiosa no cristiana de que se trate.

Cuando hablo de desconcierto en mis interlocutores cristianos (en el sentido sociológico o socio-cultural del término, no en el sentido de la práctica religiosa), me refiero a gentes de mi entorno académico y de personas con cierto nivel socio-cultural y socio-económico. En la gente sencilla no se produce este desconcierto, ya que ellos creen directamente, por mi manera de hablar (me refiero al modo de utilizar la lengua española y al contenido de mis palabras, no al acento, que es el usual del castellano en España) y de comportarme (según las normas de cortesía del Islam), que soy extranjero y, por tanto, me aplican el trato reservado a ellos, tanto si son inmigrantes como si son turistas.

Ese desconcierto no proviene tanto de la sorpresa de que alguien, con cierta formación cultural y profesional, sea musulmán practicante, sino de que pueda haber una alternativa de vida a su propio modelo de existencia, y que esa alternativa de vida sea tan contrastada y distinta como lo es el Islam.

El descubrimiento de esa diferencia entre ellos y quien es musulmán tiene dos efectos. En primer lugar, crea en mis interlocutores una duda existencial acerca de lo acertado o lo erróneo de su modo de vida particular. En segundo lugar, despierta la necesidad de convencerme, cuando no de imponerme, la idea de que yo soy quien está equivocado en mi manera de vivir.

Esta intención de salvarme de mi error puede llegar al punto de declararme su enemistad e intentar torpedear todas las acciones que llevo a cabo, estén ligadas o no a mi condición de musulmán. Ello provoca en mí la impresión de que no soy aceptado por esas personas, no ya como musulmán, sino como individuo particular con nombre y apellidos, con rostro y caracteres físicos definidos y singulares.

Pero el problema principal, cuando se da esta situación, se halla en que nunca se habla de este conflicto abiertamente y, por ello, no es posible discutirlo, negociarlo o elaborar una solución pactada y satisfactoria para todos. El motivo de que este conflicto nunca se plantee para su discusión abierta, es que ello supondría reconocer, por parte de los no musulmanes, una actitud que pudiera ser calificada de racista o xenófoba; cuando, en realidad se trata de una situación de contacto entre mentalidades y formas de vida, que deben buscar una solución pactada para interrelacionarse y coexistir. Pero sin el planteamiento y la negociación del conflicto es imposible encontrar una solución aceptable y eficaz para el problema.

Como es natural, en esta negociación del conflicto, cada una de las partes habrá de ceder algunos de sus derechos o algunas de sus actuaciones, con el fin de conseguir un espacio cómodo de interacción entre el musulmán y el cristiano europeos. Y no hay nada malo en ello; siempre que esos derechos o actuaciones no afecten al núcleo de la vivencia de un musulmán o de un cristiano europeos.

Esto ocurre en el plano individual. Cuando los musulmanes interactúan como grupo con los no musulmanes cristianos que conforman la mayoría de los europeos, entran en escena otros factores.

En primer lugar, la mayor parte de los musulmanes en Europa son inmigrantes. Y se sienten inmigrantes porque siempre piensan en regresar a sus países de origen. Ese sentimiento es extensible a los hijos de los inmigrantes, a pesar de que sus condiciones socio-jurídicas, y también socioculturales, son distintas a las de sus padres.

Por esa razón, los musulmanes como grupo en Europa, pero también como individuos que pertenecen a ese grupo, no sienten la necesidad de explicar ninguna de sus costumbres islámicas a sus vecinos. Pero tampoco lo hacen porque los musulmanes también tienen ciertos prejuicios hacia los no musulmanes y creen que cuánto más sepan los no musulmanes de sus costumbres islámicas, más grande será el rechazo que sentirán hacia los musulmanes. A ello se une el hecho de que un alto porcentaje de los musulmanes en Europa, y también en sus países de origen, son muy ignorantes de los verdaderos principios y normas de su religión, y sólo conocen el modo de comportarse que han visto en su entorno familiar y social. De hecho, esta ignorancia sobre la verdadera esencia del Islam, como ideología y creencias, se eleva a niveles alarmantes en los hijos y los descendientes de los inmigrantes, hasta el punto de que, a pesar de ser definidos como musulmanes e identificarse ellos mismos como tales, desconocen las obligaciones mínimas que el Islam exige a sus fieles.

Conocer el Islam no es sólo conveniente para la mayoría cristiana europea que acoge en sus sociedades a los musulmanes, sino también para los propios musulmanes que viven en Europa. En el caso de los musulmanes es, además, un precepto.

Y para saber del islam se hace preciso aprender el árabe, la lengua del Corán. Todos los esfuerzos que se hagan para dominar dicha lengua en Europa redundarán en una mejor comprensión del Islam y de los musulmanes, así como una mejor formación de estos en su religión, y en sus deberes ciudadanos, ya sea para con sus correligionarios como para con las demás personas no musulmanas que tengan relación con ellos.

En este sentido, el proyecto LEARNINGARABIC (www.learningarabic.eu), curso de iniciación al árabe para hombres de negocios europeos (y también de otros continentes), promovido por la Unión Europea, resulta ser una excelente iniciativa en la dirección apuntada, a la que auguramos todo el éxito en sus objetivos e intenciones.

http://www.webislam.com/articulos/70540-reflexiones_de_un_musulman_europeo.html

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