Portada del libro de Asra Nomani Standing alone in Mecca
Voy a donde sé que pertenezco
Autor: Asra Q. Nomani
El día 11 del mes sagrado de Ramadán, en las últimas horas de noche iluminada por la luna, mi madre, mi sobrina y yo caminamos por la entrada de nuestra mezquita local con mi padre, mi sobrino y mi hijo pequeño. Tenía el estómago revuelto mientras avanzábamos hacia la sala para orar juntos.
La enseñanza islámica que nos han transmitido que hombres y mujeres no pueden orar juntos y sin barreras en las mezquitas cosa que no sucede en la Mezquita de la Kaaba en Meca. Pero la mayoría de las mezquitas en Estados Unidos van mas allá de esa simple prohibición y han importado de la cultura árabe un sistema de servicios separados que ofrece a las mujeres servicios para la educación y la oración que son totalmente inferiores. Sin embargo, cuando se excluye a las mujeres, se ignora los derechos que el profeta Muhammad les dio en el siglo VII y se realizan "innovaciones" que surgieron después de la muerte del profeta. Yo había estado luchando contra estas injusticias ya por algún tiempo cuando al fin decidí declarar mi posición y actuar.
No tuve ninguna intención de orar junto al lado de los hombres, quienes estaban sentados al frente de una sala enorme. Solo quería un sitio en el espacio principal de oración. Al sentarnos mi madre, mi sobrina y yo como a 20 pies detrás de los hombres, una voz ruidosa quebró el silencio: "hermana, ¡por favor! ¡Sal de aquí!" me gritó uno de los ancianos de la mezquita.
"Allá arriba es mejor para las mujeres". Se esperaba que nosotras las mujeres entráramos por la puerta trasera a orar en el balcón. Si quisiéramos participar en algunas de las actividades abajo, teníamos que pasar una nota a algunos de los niños, quienes lo llevaría a los hombres en la sala casi vacía. "Cerraré la mezquita," me dijo con una voz que tronaba. No tenía idea si en aquel momento iba a llevar a cabo su amenaza. Pero no tenía duda que nuestro gesto de desobediencia pronto involucraría la mezquita y mi familia en la controversia. No obstante, yo ya me había decidido de no ceder.
"Gracias, hermano," le contesté con firmeza. "Aquí estoy a gusto orando."
De hecho, por primera vez desde el comienzo de Ramadán, me encontraba feliz mientras oraba. En los casi dos meses desde aquel día, he entrado a la mezquita a través de la puerta delantera y he orado en la sala principal unas 30 veces. Mi batalla ha sido algo solitaria; solamente cuatro mujeres, incluyendo mi cuñada, y tres muchachas se han unido conmigo de cuando en cuando. Pero me siento victoriosa.
En cierto sentido, las semillas de mi rebelión tienen origen en mi niñez. Soy una mujer musulmana de 38 años, nacida en Bombay y criada en el estado de West Virginia. Mi padre y otros hombres fundaron la primera mezquita aquí en Morgantown, en un cuarto que alquilaron enfrente de la cárcel del condado de Monongalia. Cuando éramos jóvenes, mi hermano los acompañaba para orar. No recuerdo que me hayan invitado a mi alguna vez. Lo que sí recuerdo era que una vez estábamos celebrando un día de fiesta musulmán encajadas en un apartamento de un solo cuarto con otras mujeres, mientras que los hombres gozaban de un bufet en un salón grande en alguna otra parte. Al crecer, me sentía enajenada cada vez más porque no sentí que podría encontrar refugio en mi religión como una mujer de voluntad fuerte y mente abierta.
Cuando me quedé embarazada el año pasado sin haberme casado, luché contra los edictos de algunos musulmanes que condenaban a que las mujeres fueran lapidadas hasta la muerte por tener hijos fuera del matrimonio. Escribí en el Washington Post que semejantes juicios eran anti-islámicos, y mi fe se alentó gracias a los muchos musulmanes que me brindaron apoyo. Para criar a mi hijo, Shibli, como un musulmán, tenía que encontrar una manera de coexistir en paz dentro del islam.
Había intentado aceptar el status quo durante los primeros días de Ramadán, orando en silencio arriba, escuchando sermones dirigidos solo a los "hermanos."
Después de tantos años ausente de West Virginia, me sentí como una intrusa al protestar. Pero mi sentimiento de ser agredida interrumpía mi oración cada vez que mi frente tocaba la alfombra. Cada noche me encontraba acostada en mi cama, desdeñando a los hombres que me habían ordenado usar la entrada trasera de la mezquita. "Tu cólera revela un dolor más profundo", me dijo mi amigo Alan Godlas, profesor de estudios religiosos en la universidad de Georgia, cuando le describí el conflicto que sentía.
Era verdad. Había sido testigo de la marginación de las mujeres en muchas partes de la sociedad musulmana. Pero mis padres me habían enseñado que no estaba destinada para ser marginada, ni creía que el islam exigiera eso de mí. Comencé a investigar el tema, y encontré pruebas académicas que concluyen de forma definitiva que las mezquitas que niegan a las mujeres orar en el espacio principal no son islámicas. Reflejan más bien la época de la ignorancia, o la "jahiliya" de la Arabia pre-islámica. "La marginación actual de las mujeres en la mezquita es una traición de lo que había prometido el islam a las mujeres y de lo que sucedió en los primeros siglos", dice Asma Afsaruddin, profesora de estudios árabes e islámicos de la Universidad de Notre Dame.
Y esa marginación parece estar empeorando. CAIR, el Consejo de Relaciones Américo-Islámicas, ha concluido, basado en una encuesta del año 2000, que "la práctica de tener a las mujeres orando detrás de una cortina o en otro cuarto se está difundiendo mas ampliamente" en este país. En 2000, se condujo una encuesta que descubrió que en 66% ciento de las mezquitas de EEUU las mujeres oraban detrás de una cortina o en otro sitio separado. Estas cifras suponen un aumento de las 52% de las mezquitas que hacían lo mismo en 1994, según una encuesta realizada a los líderes de 416 mezquitas de este país.
Sin embargo, Daisy Khan, la directora ejecutiva de la Sociedad ASMA (una organización musulmana americana), dice "la mezquita es un lugar de enseñanza... si los hombres impiden que las mujeres aprendan, ¿cómo responderán ante Allah?"
La mezquita no era un "club de hombres" cuando el profeta Muhammad fundó la ummah, o "comunidad" islámica. Nada en el Koran restringe el acceso de una mujer a la mezquita, y el profeta le dijo a los hombres: "No prohíban que las siervas de Allah asistan a las mezquitas de Allah."
El propio profeta oraba con las mujeres. Y cuando él oyó que algunos hombres se colocaron en la mezquita para estar más cerca a una mujer atractiva, su solución no era desterrar a las mujeres sino amonestar a los hombres. En Medina, durante el tiempo del profeta, y durante algunos años después, las mujeres oraban en la mezquita del profeta sin separación alguna entre ellas y los hombres. Los historiadores han registrado la presencia de mujeres en la mezquita y su participación en la educación, en discusiones políticas y literarias, en hacerle preguntas al profeta después de sus sermones, en transmitir conocimientos religiosos y en el abastecimiento de servicios sociales. Después de la muerte del profeta, su esposa Aisha contó anécdotas sobre su vida a los escribanos en la mezquita. Abdullah bin Umar, uno de los principales compañeros del profeta e hijo de Omar bin al-Khattab, el segundo califa, o el líder del islam, regaño a su hijo por haber intentado impedir que las mujeres fueran a la mezquita. "Ya para el tercer siglo del islam, los muchos derechos (de mujeres) comenzaron a disminuir lentamente mientras las nociones de oriente próximo de la tradición anterior comenzaron a arraigarse," dice Afsarrudin.
El Consejo Fiqh de Norteamérica, que publica dictámenes legales para la Sociedad Islámica de Norteamérica (ISNA), apoya los derechos de la mujer en la mezquita. "Es perfectamente islámico celebrar reuniones de hombres y de mujeres dentro del masjid (la mezquita)", dice Muzammil H. Siddiqi, miembro de Consejo Fiqh. Él agrega que esto es el caso, "sea para orar o para cualquier actividad islámica, sin separarlos con una cortina, una separación o una pared."
Sin embargo, demasiado a menudo, la mezquita en los EEUU es "un club de hombres donde no son bienvenidos los niños y las mujeres", dice Ingrid Mattson, erudita islámica en el seminario de Hartford y vice presidenta de ISNA.
Una de las cuestiones con la cual luchan las mujeres musulmanas norteamericanas —y algo que no se discute mucho fuera de la comunidad musulmana— es la toma de posesión de hecho de muchas mezquitas en los EEUU por los musulmanes conservadores y tradicionalistas, muchos de ellos del mundo árabe. La mayoría de éstos son inmigrantes, y muchos de ellos son estudiantes, que siguen las escuelas estrictas de Wahhabi y de Salafi del Islam, las cuales excluyen en gran parte a las mujeres de los espacios públicos. Congestionan nuestra biblioteca de la mezquita con libros impresos por el gobierno de la Arabia Saudita, donde dominaban las enseñanzas de Wahhabi. Aquí en Morgantown hace 10 años, casi ni había estudiantes de Arabia Saudita y de Egipto, sobre todo varones y conservadores-más bien, había tres. Actualmente hay 55, y sus esposas se pasean regularmente por el centro comercial Wal-Mart con sus "abayas", o vestidos negros. (Irónico, el gobierno saudí dice que las divisiones y los cuartos separados no se requieren en las mezquitas.)
Desafortunadamente, la presencia de estos estudiantes anima (o en algunos lugares desanima) a los líderes de la mezquitas en los EEUU. Muchos intentan racionalizar la discriminación contra las mujeres a través de un hadiz, o un dicho del profeta: "No prohíbas que tus mujeres vayan a las mezquitas, aunque sean sus casas mejores para ellas." Pero los eruditos consideran esto un permiso, no una restricción. El profeta hizo esta declaración después de que las mujeres se quejaron cuando él dijo que los musulmanes obtienen 27 veces más bendiciones al orar en la mezquita.
Mucha de esta discriminación también se practica con la excusa de "proteger" a las mujeres. Se dice que si se permite a las mujeres y a los hombres mezclarse, la mezquita se convertirá en un lugar de tensión sexual —o sea, peligroso para las mujeres y que puede distraer a los hombres. En nuestra mezquita, solamente se permite a los hombres utilizar el micrófono para dirigirse a los fieles. Cuando pregunté por qué, un líder de la mezquita declaró "no se debe oír la voz de una mujer en la mezquita." Lo que quería decir era que la voz de una mujer —aun cuando esta rezando— es un instrumento del provocación sexual para los hombres. Muchas mujeres aceptan estos actos; su apatía hace que estas reglas se conviertan en el status quo.
Me anima que algunos hombres musulmanes luchen por los derechos de las mujeres. En ese día 11 de Ramadan pasado, cuando me mostré firme que iba a orar en la sala principal, mi padre de 70 años me respaldó cuando un anciano de la mezquita le dijo, "No habrá nada de oración hasta que se vaya ella."
"No está cometiendo ningún delito", insistió mi padre. "Si usted tiene un problema, hable con ella." Cuatro hombres se acercaron a mí, diciendo, "hermana, ¡por favor! Le pedimos que en el espíritu de Ramadan, que se vaya. No podemos orar si usted esta aquí." Pero yo les respondí: "He orado así de Mecca a Jerusalén. Es legítimo según el islam" y de allí no me moví.
El día siguiente, el comité de la mezquita, compuesto solo de hombres, votó hacer que la sala principal y la puerta delantera fueran accesibles solamente por los hombres. Mi padre disintió. Los líderes de la mezquita no han impedido que ore en la sala principal mientras que se hace un repaso legal e interno a la decisión del comité. "Sonríe y aguántate. Un día esto cambiará" me sugirió un líder musulmán americano. Una mujer de la mezquita me rogó que no le mencionara esto a nadie públicamente. Pero las maniobras apacibles protegen el apartheid del género en nuestras mezquitas, y no le brindamos a nadie, mucho menos a la comunidad musulmana, un servicio al permitir que continúe así. De forma que he presentado una demandada contra mi mezquita en compañía de CAIR (Council on American-Islamic Relations), cuyo mandato es proteger los derechas civiles de los musulmanes en los EEUU.
Después de una de las últimas noches de Ramadan, considerada la "noche de poder" (leilat al-qadr), mi padre me dio un "eidie", o regalo que dan los ancianos en el Eid, el festival que marca el fin del mes santo. Me dio una copia de la llave a la puerta delantera de la mezquita, la cual se vendió la noche anterior en una subasta para recolectar fondos. Delineé el borde de la llave con mi pulgar y lo puse en mi llavero de la Estatua de la Libertad, porque es aquí en los Estados Unidos donde los musulmanes verdaderamente pueden liberar las mezquitas de las tradiciones culturales que distorsionan las enseñanzas del islam.
"Al-hamduliah (alabado sea Allah)!", me dijo mi padre. "Allah te ha dado el poder para iniciar el cambio".
Sacudí las llaves delante de mi hijo, quien intentaba alcanzarlas, y le dije a él, "Shibli, tenemos las llaves de la mezquita. Tenemos las llaves para un mundo mejor."
Asra Nomani, ex–periodista del Wall Street Journal, es la autora de "Tantrika. Traveling the Road of Divine Love" y de "Standing Alone in Meka".
http://www.webislam.com/articulos/27528-rebelde_en_la_mezquita.html
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«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».
Lo transmitió Muslim.
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