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Oí al Mensajero de Dios -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, diciendo:
«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».
Lo transmitió Muslim.
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jueves, 24 de diciembre de 2009
¿Cómo eran mis festividades, Navidad y fin de año antes de ser musulmana?
Asalamo aleikum hermanos y amigos, antes de ser musulmana el 24 - 25 de diciembre y el 31 de diciembre -01 de enero, eran fechas: ¡tan especiales!.
¡Cuando era niña me cuestionaba tantas cosas! Jamás pude tragarme el cuento de que papá Noel nos traía lo que quisiéramos si nos portábamos bien.
Siempre fui la hija de mejor conducta en mi familia y la nochebuena tan esperada, me deparaba algún presente, pero nunca los juguetes que tanto anhelaba, ni por los que había tenido buen comportamiento durante todo el año; motivo por el cual creaba cierto recelo entre mis hermanos ya que mi madre siempre me ponía como ejemplo de buena conducta, yo era algo así como la “santulona” de la familia, nadie esperaba de mí un mal gesto o cualquier tipo de travesura, por el contrario, ante cualquier fechoría podía ser señalado como culpable cualquiera, excepto yo. Gastaba horas enteras observando en los grandes ventanales de las jugueterías de mi país, imaginando cómo sería tener tal o cual juguete.
Mi amado padre solía entonces, llevarnos a “ver ventanas”, nos poníamos nuestras mejores ropas, que siempre fueron muy modestas y salir a ver lo que nunca podríamos tener no era motivo de tristeza, al contrario, brincábamos y gritábamos de algarabía viendo y deseando tal o cual cosa, pero de una u otra forma jamás se la pedíamos a mi padre, instintivamente sabíamos que él aunque nos amaba muchísimo no tenía el dinero para comprarlas, entonces, el paseo por sí mismo ya era como un regalo. La salida terminaba si teníamos un poco de suerte, con un helado para cada uno y regresábamos a casa emocionados.
La noche de navidad los presentes que recibíamos era sencillos, pero de una u otra forma yo sabía que eran obsequios hechos con mucho sacrificio por “alguien” ya que, si bien es cierto no resultaban ser los de las propagandas comerciales que estaban de moda, al menos, nos llegaba algo porque, ¡habían tantos vecinos más pobres que nosotros que jamás tenían nada! Por lo cual me sentía afortunada y esperábamos impacientes a que los demás amigos comenzaran a despertar para ir a comparar y compartir con los que habían sido más afortunados. Eso sí, jamás sentí rencor o envidia porque alguien tuviera lo que yo no había recibido. En mi pequeño cerebro, inconscientemente sabía que alguna explicación lógica debía existir, solo que yo de momento no la podía comprender.
Me resultaba muy extraño el que un hombre obeso de ropa tan asfixiante y color rojo entrara por las chimeneas de cada casa para dejarle a cada uno en su calcetín al lado del calor del hogar su anhelo más querido…
En nuestro país durante la época de navidad es cuando el calor es más sofocante, NADIE tiene chimeneas ya que sería una locura porque nuestro clima es tropical. Y, ¿vestirse con ropa de “peluche”?, ¿quién en su sano juicio lo haría? Jamás hemos visto la nieve, excepto en fotografías o por televisión, entonces, ¿porqué todos en todos los programas de navidad estaba nevando y Santa Claus estaba en el Polo Norte?, ¿qué había de América Central? ¿Por qué jamás ninguna película o cuento de navidad trataba de nuestra realidad? ¿Por qué aunque todo era tan lejano, a la fuerza nos querían inculcar que la navidad era también “nuestra”?
Debe de ser ese el motivo por el cual en Costa Rica, no suele decírsele a los niños que es el hombre de traje rojo (invento de la Coca Cola para que usara los colores de su marca)el que trae los regalos, se les dice que es “el niño Dios o niñito Jesús”.
Idea que tampoco me cuadraba, puesto que si en la Biblia y todas las películas nos demostraban que era un niño tan pobre que había nacido en un pesebre, ¿cómo hacía para regalar a todas las personas del planeta cosas materiales? Claro, ese niño era especial, también era “Dios”, entonces, desde ese punto de vista, podía hacer lo que quisiera sin que nadie le cuestionara nada.
Hasta que una noche, sin poder dormir por la excitación que me producía el esperar mi añorada “barbie”, pude observar a mi amado padre colocando debajo de la almohada de mi hermana una muñequita de imitación, las “barbies de las pobres” les decíamos, ya que estas eran o muy tiesas o demasiado suaves, sin el característico movimiento que tenían en las rodillas y cintura las de verdad. Mi padre, me hizo una señal de silencio con el dedo en su boca, estaba sonriendo con un poco de vergüenza al encontrarse sorprendido por mí, entonces lo comprendí todo…y le amé aún más porque ya desde ese entonces tenía noción de lo difícil que era para él con su humilde oficio de sastre, mantener a seis bocas hambrientas e hiperactivas todo el santo día.
No obstante, cualquier cosa que me llegara la atesoraba y la compartía con todos mis hermanos y amiguitos y jamás pedimos nada entonces, nos conformábamos con cualquier cosa que nos obsequiaran.
Cuando me hice adulta y tuve a mis propios hijos, siempre fui enfática con ellos, les advertí desde que tuvieron uso de razón en que el famoso Papá Noel, San Nicolás, Colacho, Santa Claus o como sea que le digan en cualquier lugar del mundo, no existía y también debían conformarse con mis humildes obsequios. Pero los alentaba a que escribieran una carta y le pidieran a Dios qué era lo que querían para navidad, les compraba un globo con helio y lo soltábamos al cielo, para que sus deseos llegaran más pronto de esa forma.
Algunas veces hice grandes sacrificios por darles lo que tanto soñaban o alguna de mis hermanas que era más adinerada me ayuda a conseguirles al menos una de las cosas que le pedían al “niñito Dios”.
A mis hijos tuve que mentirles cientos de veces, cada vez que me pedían tal o cual cosa inalcanzable para mí, les decía: Si mi amor, después se las compro y con la inocencia característica de los niños entonces, se hacían ilusiones y esperaban a que alguna vez llegara ese ansiado día.
Me torturaba todo esto de tal manera que comencé a deprimirme. Tuve la certeza que con lo que yo obtenía de salario jamás iba a poder darles nada de lo que me pidieran ni a ellos, ni a mi madre, ni a mis amados hermanos, sobrinos o amigos.
Muchas veces llegué a comprar más de lo que podía pagar o llegué incluso a preferir comprar un obsequio que suplir una necesidad básica.
De esta forma aunque en nuestra casita el único piso que teníamos era de tierra, no contábamos con servicio sanitario normal, o un baño; llegué alguna vez a conseguirle a alguno de mis hijos un carro “Tonka”, el autolavado de autos “Hot wheels” o un “Max Steel”.
Claro, después comenzábamos el año con lo que en Costa Rica se le conoce como la “famosa cuesta de enero”, término popular que entendemos todos los ticos, el cual no es otra cosa que la desesperación por pagar las deudas que nos dejaron las fiestas navideñas.
Muchas veces inclusive, no tenía dinero para suplir a mis hijos de los útiles escolares porque las clases comienzan en febrero y apenas me estaba reponiendo de saldar cuentas y ya era otra tortura entonces, el que mis retoños no tuvieran un uniforme decente ni lo básico para sus estudios.
Venía después la cuaresma y “Semana Santa”, en la que había que atiborrarse de sardinas, encurtidos, miel de chiverre y bacalao para “no pecar” comiendo carne durante esos sagrados días.
¡Qué extraño pensaba esta vez!, ¿porqué no podíamos comer carne en esos días, si habíamos tantos que solo la probábamos cuando nos mordíamos la lengua?
Pero no, la Santa Madre Iglesia, nos mandaba este otro sacrificio y cambio de costumbre para nuestra purificación.
Llegaba el día del padre y ahí mi desconsuelo se convertía en otra tortura.
¿Cómo era posible que no le pudiera obsequiar nada al ser que más he amado en este mundo?
Entonces, volvía a hacer esfuerzos sobrehumanos y alguna vez pude regalarle un reloj Orient que conservó hasta el final de sus días.
Llegaba mi cumpleaños y como cae precisamente durante las vacaciones de mediados de año, jamás ningún compañero de clase se enteró, ni me cantaron el “cumpleaños feliz” como a la mayoría.
Algunos años, ya más espabilada, cambié mi fecha y les comencé a decir a mis amigos que mi natalicio era el día justo en que regresábamos de vacaciones, al menos, uno o dos “japi berdei tu yu” me cantaron.
Y venía entonces el día de la madre…¡Ay Dios mío!, todos los empresarios felices haciendo su agosto y yo torturada otra vez por no poder representar con un obsequio el amor que le tengo a mi madre.
Ella jamás estuvo conforme con ninguna cosa que le obsequiara y a pesar de que yo casi no tenía dinero aunque trabajaba en siete casas diferentes por semana (iba a una por día, los sábados a dos) realizando labores domésticas. Siempre me decía lo mismo: Mira a las vecinas, esas sí tienen hijos de verdad, les obsequiaron una refrigeradora o una lavadora, ustedes solo me obsequian baratijas, ninguno de ustedes sirve para nada, me salieron “gueros”.
Durante muchos años insistí, me desvivía por ahorrar lo poco que tenía y lo que no, para darle algo decente, pero jamás bastó. Las navidades se convirtieron en una nueva tortura, porque como no le llegaba el regalo que esperaba se enojaba largas temporadas con nosotros y teníamos que huir como perros con el rabo entre las patas, regañados y sintiéndonos de verdad miserables por no poder complacerla.
Entonces, después de varios años, desistí de darle algún obsequio, preferí que me maldijera por ser tan “mala hija” a desperdiciar lo que tanto trabajo me costaba en alguien que jamás estaba conforme con nada.
Hace pocos años se instauró en nuestras tierras el “Jalowín” y resulta que para no ser ridículo ni pasado de moda hay que hacer otro gasto extra para que todos tengan disfraces con los personajes que están en auge, comprar dulces y decorar con calabazas, calaveras y telarañas...
Todavía por ese tiempo, los maquillé alguna vez y participamos en algún concurso, que por cierto, mi hijo mediano ganó, no por su disfraz sino porque debía contar un chiste, en media narración tuvo que aclararse la garganta tres veces y a la gente le hizo tanta gracia ¡que votaron por él y regresamos a casa felices con una canasta de frutas!
Ahora también se les está inculcando el “día de acción de gracias” y los “huevos de pascua”, que la mayoría de las personas no tiene idea de sus orígenes o motivos, pero bueno, lo importante es no ser anticuado y repetir como monos lo que las grandes potencias nos inculcan como sus más grandes valores.
Siempre quise participar de estas festividades, ser parte del “sistema y la modernidad” y sin embargo, lo único que logré al fin fue sentirme absolutamente miserable.
Alhamdulillah, ahora que soy musulmana, juro por Allah que hoy que es 24 de diciembre y estoy escribiendo estas líneas, no me había dado cuenta de que estábamos en la famosa festividad a no ser porque invité a mi hermana a visitarnos a casa y me dijo que no podía porque es navidad y tenía que compartir con su familia. Entonces recordé todo...
¡Qué lejos quedaron las presiones por aparentar y gastar más de lo que tengo y por quedarles bien a todos excepto a mí misma!
Ahora, alabado sea Allah, continúo siendo pobre, alguna vez no tuve en dónde vivir ni qué comer, pero ¡estoy tan feliz!, ¡se acabaron por fin las mentiras, los gastos superfluos, las apariencias!El: ¿qué dirán?
El hecho de saber que nuestra única festividad como musulmanes es durante el ayuno del sagrado mes de Ramadhán, en el que nos abstenemos de comer, beber y tener relaciones sexuales durante un mes desde el alba hasta el ocaso, para recordar a los que menos tienen y sensibilizarnos con ellos, para terminar con el zakat al fitr, repartiendo de lo que tenemos si es que tuvimos ganancias entre los más pobres. Me hace recordar que la humildad y poca ostentación son regalos invaluables y que debieran estar omnipresentes en todo momento y lugar.
Al fin me siento realizada y realmente privilegiada por haber sido guiada por Allah hacia este camino que es el Islam.
Es hasta ahora que puedo entender porqué antes me sentía tan vacía e incompleta.
El Islam me sació todo sentido y con creces los apetitos, necesidades e intereses creados por los comercios terrenales al hacerme creer que todas esas festividades y costumbres me eran indispensables para ser feliz.
Allah, mi familia, mi fe, la ummah, no tiene precio…
Rashida Jenny Torres
Musulmana Costarricense
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