Oí al Mensajero de Dios -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, diciendo:

«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».

Lo transmitió Muslim.

Teléfono: 005068493-6876

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domingo, 31 de enero de 2010

El descrédito de los ulemas oficiales.

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El islam anterior al Islam (Oozebap 2007)

Capítulo tercero del libro "El islam anterior al Islam" (ed. Oozebap) de Abdennur Prado

Entiendo por «ulemas oficiales» todos aquellos vinculados a instituciones y organismos relacionados con gobiernos, movimientos políticos, grupos de presión o estados: consejos de ulemas, ministerios de asuntos religiosos, muftis nacionales, imames de grandes mezquitas y rectores y demás altos cargos de universidades islámicas. Al hablar de su descrédito, constatamos que muchos de los organismos o personas mencionados han perdido su autoridad sobre gran parte de los musulmanes, y como esta pérdida de influencia va en aumento. No cabe la menor duda de que en todos los organismos e instituciones mencionados hay gente de conocimiento, cuyo magisterio y servicio a la comunidad merece el máximo respeto, pero por desgracia, ciertas posiciones de algunos de estos «ulemas oficiales» acaban connotando al resto, provocando la desconfianza hacia las instituciones religiosas en el conjunto de los musulmanes. En el presente texto, trataremos de analizar el alcance de este descrédito, sus causas y sus consecuencias. Antes, es necesario comprender cuál es la posición que ocupan (que deberían ocupar) los ulemas dentro de la tradición islámica.

La palabra ulema es el plural de alim: sabio, poseedor de ‘ilm, ciencia o conocimiento. La transmisión del saber es fundamental en una sociedad tradicional. Si la práctica básica de los pilares del islam se transmite en la familia, un conocimiento más profundo de la tradición debe lograrse mediante una búsqueda que abarca toda la vida del creyente. Muhammad dijo: «La búsqueda del conocimiento es una obligación para todo musulmán y musulmana». Esta cita incluye el conocimiento del Corán, de la Sunna y del Fiqh, necesario para vivir como musulmán y musulmana. A lo largo de la vida de un creyente, nuevas situaciones le conducen a cuestionarse sobre los más diversos temas: la sexualidad, el aborto, la usura, los problemas conyugales, el trato con nuestros semejantes, cómo responder a la violencia, como entender el pluralismo religioso. La ciencia tradicional ha elaborado respuestas a las mil y una situaciones que puedan presentarse, en base a las enseñanzas del islam. Dado que las circunstancias cambian constantemente, también se hace necesario contextualizar estas respuestas. Aunque sería lo ideal, es evidente que no todos los musulmanes pueden dedicar el tiempo necesario a la tarea de buscar respuestas a todas las preguntas. Así, llamamos ulema a aquellos que han dedicado sus vidas al estudio del Corán, de la Sunna y de la sharia y se encargan de la transmisión de este saber.

Los ulemas son una parte esencial de la umma en la medida en que su saber tiene como fin el ayudar a otros creyentes. Los ulemas están ahí para despejar las dudas que se les presentan a los musulmanes en su vida cotidiana, para ayudarles en su propia búsqueda de lo mejor. Es importante tener claro que los ulemas no constituyen una jerarquía ni son designados por nadie. Un alim lo es por poseer conocimiento, que pone al servicio de la comunidad, y no por poseer un título universitario o por estar al frente de una institución. La propia expresión «ulemas oficiales» resulta chocante. No se puede ser sabio por decreto, por designación ministerial. Si miramos a la historia, nos damos cuenta de que muchos de los ulemas hoy en día aceptados como referentes tuvieron problemas con el poder. Esto es notorio en el caso de grandes alfaquíes como Iman Malik, Ahmad ibn Hanbal, ibn Hazm, ibn Rushd o ibn Taymiyah.

Sólo teniendo en cuenta esto puede valorarse el alcance del descrédito de los ulemas oficiales y las consecuencias desestructurantes que este descrédito tiene para las comunidades musulmanas. Si reconocemos que su papel es tan importante, ¿por qué los musulmanes dan la espalda a los ulemas oficiales? Al margen de otras consideraciones (relacionadas con el advenimiento de la modernidad y la ruptura con el modelo tradicional de transmisión del saber), hay que atribuir las causas de este descrédito a los propios ulemas. Señalamos dos motivos principales: pobreza intelectual y connivencia con el poder.

La pobreza intelectual de los ulemas oficiales adquiere tintes trágicos cuando hablamos de alfaquíes y de muftis al servicio de regímenes totalitarios. Nos encontramos con sentencias y consideraciones jurídicas terribles. Algunos de estos casos son tristemente célebres: condenas por apostasía en Egipto, muerte de homosexuales en Irán, sentencias a morir lapidadas a mujeres en Nigeria, cortes de manos a niños pobres por robar una manzana. Otros casos menos conocidos no son menos bochornosos, como los casos de violaciones en Pakistán, en los cuales la mujer acaba siendo castigada por un delito de fornicación por no poder reunir a cuatro testigos presenciales de su violación. La violencia doméstica contra las mujeres no es más acuciante en los países de mayoría musulmana que en Europa. La diferencia estriba en que mientras en Europa es combatida desde las instituciones, en el mundo islámico podemos encontrar una sentencia como la del Tribunal Supremo de Emiratos Árabes Unidos, según la cual el marido tiene derecho a golpear a su mujer siempre que no le rompa un hueso. Por supuesto esto no es la norma, sino una anomalía, y no hace falta decir que en la mayoría de los países de población musulmana los malos tratos son un delito severamente castigado. Sin embargo, una sentencia de este tipo nos enfrenta a la existencia de jueces cuya visión del islam puede ser calificada como oscurantista.

Los ejemplos son muchos y muy graves. Este tipo de decisiones judiciales, al margen de la injusticia que representan, conduce inexorablemente al descrédito de la sharia en su conjunto, tanto entre los no musulmanes como entre los propios musulmanes. Existe a este respecto una fuerte coacción por parte de esta clase de clérigos, consistente en hacer creer a los musulmanes que este tipo de legislaciones forman parte de la «ley de Dios», cuando en realidad se trata de construcciones jurídicas realizadas por juristas medievales y que difícilmente encuentran apoyo en el Corán o en el ejemplo del Profeta. Sin embargo, ante esta evidencia los ulemas oficiales responden con el dedo acusador: todos aquellos que criticamos sus sentencias somos acusados de ser enemigos del islam y de tratar de desarticular la sharia, la ley divina, aquello que ha sido prescrito por Dios como un deber ineludible. Personalmente, he sido calificado como kafir, hereje, descreído, incrédulo, etc., tan sólo por afirmar que la lapidación no está prescrita en el Corán, o que el delito en caso de apostasía va contra el principio de la libertad de conciencia establecido en el Corán y validado por el ejemplo de Muhámmad, que la paz y la salat de Dios sean sobre él.

El discurso que confunde la sharia (ley divina) con el fiqh (creación humana) contribuye a mantener a los países de mayoría musulmana en el atraso, siempre invocando el nombre del islam. Hoy en día, cuando se habla de la presencia de la «ley islámica» en la Constitución de algún país, los propios musulmanes nos ponemos a temblar. Raramente esto implica la prohibición del préstamo con interés, el establecimiento de la libertad de conciencia, de la justicia social y de la igualdad de género, todo ello garantizado en el Corán. Generalmente, bajo el epígrafe «ley islámica» podemos esperar la inclusión de códigos de familia machistas, de algunos castigos retrógrados y de una moralina hipócrita y reaccionaria. Todo esto explica que los ulemas oficiales sean vistos, en su conjunto, con enojo y hasta con desprecio por millones de creyentes.

El efecto devastador de sus discursos se hace patente en miles de fatuas que circulan por Internet sobre los más diversos temas. Ya hemos señalado la importancia que la transmisión del saber posee en el mundo islámico, el papel fundamental que juegan los ulemas en la configuración de las sociedades musulmanas. ¿Qué es el Corán, qué es la Sunna, qué nos dice Dios a través de Su Palabra, qué quiere de nosotros? Muchos musulmanes buscan una respuesta unívoca, un recetario que les saque de sus tribulaciones, que ahuyente la discordia y elimine sus dudas. ¿Quién ha de responder a nuestras preguntas cotidianas, cuando éstas afectan a la práctica del islam? El desconcierto entre los musulmanes es enorme, enfrentados a un aparato institucional incapaz de cumplir con su misión de transmitir conocimiento, y cuyas respuestas hacen inviable la vida del musulmán (y sobre todo de la musulmana) en el contexto de las sociedades plurales del siglo XXI.

Queremos citar algunas de estas fatuas, para clarificar hasta qué punto estos ulemas se han desconectado de la vida de los más de mil quinientos millones de musulmanes en el mundo y cómo su única preocupación es mantener en pie su status quo. Los puntos más repetidos afectan a la inferioridad de la mujer, el rechazo de otras religiones y la insistencia en la aplicación literal de las penas establecidas por los juristas del período abbasida. Cualquier intento de contextualizar el mensaje del islam en las sociedades del siglo XXI es demonizado como una desviación o una innovación y en casos extremos es saldado con un takfir: declaración de kufur o incredulidad.

Muchas de las fatuas que pueden encontrarse en Internet nos muestran a gente corriente buscando respuestas a cuestiones cotidianas y que se encuentran con un muro de preceptos imposibles de aplicar sin destruir su vida. Por ejemplo: una musulmana occidental escribe preguntando sobre si puede dar la mano a los hombres en el trabajo y recibe la advertencia de que mezclarse con hombres es haram, más si no son musulmanes, y se le aconseja que abandone su trabajo y que «emigre a un país islámico» (se supone que se refiere a Arabia Saudí, lugar de la respuesta).

En otro caso, un joven musulmán pregunta si le está permitido contribuir a la compra de un pastel y a los preparativos de la boda de una pareja de no musulmanes. La pregunta ya es en sí mismo extraña, pero la respuesta supera toda expectativa: no hay nada malo en ayudar a la boda, pero no es aconsejable contribuir económicamente y es haram malgastar el dinero en favorecer el haram. No es conveniente el asistir a la ceremonia, ya que en este tipo de celebraciones suelen darse cosas prohibidas: alcohol, mujeres semidesnudas, bailes lascivos, hombres y mujeres en la misma sala. Como remate, nuestro alim advierte al joven incauto de que no está permitido tomar a un no musulmán como amigo y que es haram sentir amor hacia no musulmanes.

En un tercer caso, tenemos a un joven taxista palestino emigrado a los Estados Unidos, casado y con dos hijos. Sus dudas se centran en el hecho de que a menudo se ve obligado a llevar a pasajeros borrachos. La respuesta: está prohibido para un musulmán transportar alcohol, está prohibido transportar a pecadores o a gente depravada a los lugares de diversión donde cometen sus pecados. Hacerlo es considerado cooperación con el pecado y será una mala cosa en el Día del Juicio. Así pues, se supone que el joven taxista tendrá que rechazar cualquier pasajero que haya bebido alcohol o que se dirija a un local nocturno. Al final de su fatua, y casi como una burla, el supuesto alim suplica a Dios que le dé al taxista los mejores clientes, de modo que pueda ganarse la vida honradamente. Nos imaginamos las nuevas dudas del joven palestino, sus tribulaciones a la hora de coger pasaje… Alarmado por la fatua anterior, otro usuario pregunta: «Soy chófer de una empresa, y a menudo mis jefes me piden que les lleve a lugares donde se sirve alcohol, ¿qué hago?». Respuesta: «Si verdaderamente eres musulmán, no debes llevarlos. ¡Teme a Al-lâh y el Último Día!». Al final, parece claro que ser taxista y ser musulmán es incompatible.

En otra consulta al mismo servicio de fatuas on-line, una mujer que trabaja en el servicio de limpieza de un hotel está preocupada porque a menudo tiene que recoger copas donde se ha bebido alcohol y limpiar habitaciones donde se ha cometido fornicación. El mufti contesta que si en ese hotel se vende alcohol o se produce cualquier actividad pecaminosa, tiene que dejar de trabajar allí. Llegamos a la conclusión de que cualquier trabajo en el sector servicios está vedado para los musulmanes. Conclusión de gran alcance, ya que un gran número de los musulmanes inmigrantes en occidente trabajan en este sector.

En todos estos casos nos encontramos con musulmanes poco versados en el islam, que tienen vidas normales en un contexto plural: trabajo y amistades que les ponen en relación cotidiana con gentes de otras religiones y costumbres. Se presentan dudas concretas sobre detalles de la vida cotidiana, que revelan una preocupación algo enfermiza por vivir de acuerdo a los principios del islam. Las respuestas son demoledoras: deja el trabajo y emigra, rechaza a tus amigos, gánate la vida de forma decente. No podemos calcular el efecto de estas fatuas. Esta clase de clérigos parece parlotear sin darse cuenta del sentido que tienen las palabras. La facilidad con la que emiten sus sentencias nos hace pensar que buscan la destrucción del otro. Parecen cegados por el poder que les ha sido otorgado, la posibilidad de incidir en la vida de las gentes. En cualquier caso, la violencia ideológica de estas fatuas es incalculable, como lo es el daño que causan.

El lenguaje tremendista abunda, la amenaza del infierno como una constante que pretende coaccionar a los internautas a la obediencia a consejos verdaderamente difíciles de seguir. El problema aumenta cuando estos mismos mensajes son repetidos por algunos imames de las mezquitas que proliferan en occidente, formados en muchas ocasiones en los mismos esquemas mentales, en la misma visión idealizada (esencialista) del islam, y que tratan de preservar la pureza de las comunidades ante toda contaminación externa. Todo esto tiende a crear un clima enrarecido. Jóvenes que tratan de vivir el islam sinceramente se ven arrastrados hacia actitudes cerriles y sectarias. Mientras más aumentan sus ansias de saber, más se van impregnando de este cerrojo-pensamiento. Este tipo de discursos pueden llegar a calar entre grupos de musulmanes excluidos de la sociedad, y cuyo rencor hacia todo lo occidental los predispone a la aceptación de todo aquello que implique una ruptura. La memoria de la colonización, la islamofobia y la falta de reconocimiento de los derechos de los musulmanes en occidente favorece las actitudes reactivas. Ante la marginación y los discursos hipócritas sobre las bondades de la democracia y la sociedad del bienestar, muchos jóvenes necesitan vivir el islam como lo contrario a todo lo que viene de occidente, y estos clérigos e imames les ofrecen un modelo.

En la mayoría de los casos, se trata de fatuas emitidas desde los feudos del pensamiento árabe reaccionario. Los ulemas encargados de dar respuestas desconocen todo de los contextos en los cuales se formulan las preguntas. En concreto, la consulta al taxista palestino es contestada desde Qatar, por un mufti que vive en un país donde el alcohol está prácticamente ausente (excepto en las fiestas privadas de los jeques) y dónde la mujer es invisible (¡excepto en las fiestas privadas de los jeques!). Al mufti en cuestión no sabe ni parece preocuparle lo que implica emigrar de Palestina a los Estados Unidos, ni lo difícil que puede ser para ese joven el encontrar un trabajo estable para mantener a su familia. Así, el abismo entre estos ulemas reaccionarios y los creyentes consultantes parece insalvable.

Este abismo es sumamente grave. Implica la desarticulación del «conocimiento espiritual» como un servicio a la comunidad, e instaura el «saber religioso» como un instrumento de control ideológico. Los ulemas reaccionarios permanecen anclados en un islam arcaico que nada tiene que ver con el presente. Una mujer pregunta sobre la licitud de los métodos anticonceptivos y recibe la siguiente respuesta: el coitus interruptus es lícito con la propia esposa siempre que ella dé su consentimiento. Con las esclavas no es necesario su consentimiento, ni para practicar sexo ni para el coitus interruptus. Esta es la respuesta de Shaij Abu 'Abdullaah ibn 'Uthaymeen, profesor de la Universidad Islámica Imam Muhammad ibn Sa'ud y miembro hasta su muerte en el 2001 del Consejo de Grandes Ulemas de Arabia Saudí.

La insistencia en la segregación de los sexos es una auténtica obsesión entre estos personajes y conduce a crear situaciones en verdad violentas. El director durante muchos años del Consejo de Grandes Ulemas de Arabia Saudí fue Shaykh 'Abdul-'Azeez Ibn 'Abdullaah Ibn 'Abdur-Rahmaan Ibn Baaz,[ ] tomado como referente por miles de musulmanes en las últimas décadas del siglo XX. A la pregunta de un universitario sobre si le está permitido devolver el saludo a sus compañeras, ofrece la siguiente respuesta: te está permitido devolverles el saludo, siempre que sea realizado con pudor, ellas vayan convenientemente vestidas y medie la suficiente distancia entre vosotros. Pero el hecho de estudiar en una misma universidad con mujeres es haram.

En otros casos, a la pregunta sobre el trabajo femenino, algunos presuntos ulemas como el Mufti Ebrahim Desai de Sudáfrica cortan por lo sano y declaran que, excepto en caso de necesidad extrema, a la mujer no le está permitido trabajar. Sería conveniente informarle de que el propio Muhámmad estuvo casado durante 25 años con una mujer trabajadora, de la cual era empleado. Pero el problema es otro: el mismo mufti declara en una extraña fatua que la mujer sufre un grado de desequilibrio en su naturaleza, ya que fue creada de una costilla de Adán, paz y bendiciones. Este desequilibrio se muestra en su ingratitud hacia su marido y en la ligereza con la cual maldice a aquellos que hieren sus sentimientos. Según el mufti, el marido debe ser paciente y cuidadoso con ella, para que este desequilibrio de la naturaleza de la mujer no aflore. Y añade: «Esto ha sido repetidamente confirmado a través de la experiencia». Así, a través de su excéntrica respuesta, el mufti no logra responder a la inquietud del consultante, pero nos ofrece un cuadro lamentable de sus relaciones conyugales.

En otra fatua realiza una larga parrafada contra el sexo oral, basando su prohibición en un hadiz donde el profeta dijo: «Realmente, vuestras bocas son caminos para el Corán, así que purificar vuestras bocas con Miswaak (una especie de cepillo de dientes)». La argumentación de Ebrahim Desai es la siguiente: si la boca es un instrumento para la recitación de la Palabra de Al-lâh, ¿cómo vamos a utilizarla para el sexo?

Una constante de este tipo de ulemas es la del puritanismo extremo, realmente poco acorde con el ejemplo del profeta Muhámmad. El Shaij Rashar Hasán Jalil, ex rector de la Facultad de la Sharia de la Universidad de Al Azhar, desató en el año 2006 una estéril polémica al declarar que estar completamente desnudo durante el acto sexual invalida el matrimonio. Esta opinión fue contestada por el director del comité de fatuas de Al Azhar, Abdal-lâh Megawer, según el cual los esposos pueden mirarse cuando están desnudos siempre que aparten la vista de los órganos sexuales. Por eso les recomienda que hagan el amor cubiertos por una sábana. Ante este tipo de mentalidades, es comprensible que el islam haya pasado de ser considerado como una religión lasciva (esta era una acusación recurrente desde la cristiandad durante siglos) a ser considerado puritano (esta es una opinión muy extendida hoy en día). Por supuesto la gente normal solo puede reírse de semejantes discusiones.

Sobre el control de la natalidad, el Consejo de Grandes Ulemas de Arabia Saudí determinó en su momento que era ilícito tomar píldoras anticonceptivas, ya que la nación musulmana necesita crecer en número para poder defenderse de los complots que lanzan contra ella los enemigos del islam. Lo que no nos aclaran es que pueden hacer las masas de musulmanes hambrientos y vociferantes contra la tecnología militar americana, ni lo extraño de que estos enemigos del islam sean aliados y sostenedores del propio régimen saudí, en cuyo suelo tienen bases militares desde las cuales preparan invasiones de países de población mayoritariamente musulmana.

Otra constante en estas fatuas es la de calificar de incrédulos, desviados, herejes, innovadores o no musulmanes a los seguidores de determinadas corrientes dentro del islam. Una musulmana pregunta si le es lícito casarse con un shía. Respuesta: los sunníes y los chiítas tienen creencias diferentes. Los chiítas se han situado fuera del islam. Está prohibido amarlos y por tanto debes mantenerte lo más alejada posible de esta gente. Un hombre explica que hizo una oración funeral sin darse cuenta de que el imam era Qadiani (o ahmadí). La respuesta: tienes que repetir las oraciones, ya que esta gente son kufar y está fuera del islam. De esta tendencia no se libra nadie. Hemos leído fatuas declarando kufur a prácticamente todas las corrientes del islam contemporáneo, desde las más liberales a las más conservadoras.

Muy significativo es el rechazo de muchos de estos presuntos sabios del pluralismo religioso, lo cual es muy difícil de justificar si uno se atiene al Mensaje del Corán, donde se dice que Dios ha enviado a sus mensajeros a todos los pueblos, y que el musulmán tiene la obligación de creer en la revelación coránica y en todas las revelaciones anteriores, sin hacer distinción entre los mensajeros de Dios, que la paz sea con ellos. A pesar de esto, para nuestros ulemas todas las religiones excepto el islam son kufar, y todos los seguidores de otras religiones son incrédulos condenados al infierno.

A veces la animadversión y el rechazo del diálogo interreligioso llegan a extremos casi cómicos. En un texto del ya citado ibn Baaz se afirma de forma tajante que todo aquel que no considere como incrédulos (o infieles) a los seguidores de otras religiones es él mismo un incrédulo, lo cual es muy grave, ya que incluye al propio Profeta Muhámmad. Hay otras muchas cosas que, según ibn Baaz, «anulan el islam de una persona»:

Esta categoría incluye a aquellos que consideran que algunas leyes penales del islam son inaplicables en nuestro tiempo, tales como el corte de manos para los ladrones o la lapidación de los adúlteros. Además, creer que uno puede referirse a legislaciones humanas para transacciones comerciales o negocios lo convierte a uno en no-creyente.

Esta declaración fue refrendada en los años 80 del siglo XX por el Comité Permanente de Fatuas del Reino de Arabia Saudí. Posteriormente, el mismo Comité emitió una fatua en la que se prohibía a los musulmanes el leer los libros sagrados de otras religiones, excepto en el caso de expertos religiosos (una vez más, los propios ulemas oficiales), y éstos sólo para refutarlos.

Entre estos ulemas reaccionarios, la judeofobia no es extraña. Como ejemplo de un análisis brillante, citamos la respuesta del saudí Salah Al-Munajid a una pregunta-queja sobre la educación islamófoba que reciben los niños en Israel, un asunto realmente preocupante. Respuesta: los musulmanes pueden enseñar a sus hijos a odiar a los judíos sin cometer una injusticia, porque los judíos son odiosos y enemigos de Dios. Pero si los judíos enseñan a sus hijos a odiar a los musulmanes están cometiendo una injusticia, porque el islam es la única religión legítima.

La pobreza intelectual de estos ulemas contrasta con lo que sentimos al acercarnos al ejemplo del Profeta. Todo lo que en Muhámmad era delicadeza, sensibilidad y servicio hacia sus semejantes, se ha convertido en odio e intolerancia hacia toda diferencia. Podemos leer una y otra vez las fatuas que en los últimos años han emitido organismos como el Consejo de Grandes Ulemas del Reino de Arabia Saudí. Hay notables excepciones, pero en líneas generales la misericordia brilla por su ausencia. El único criterio tomado en consideración es la aplicación rígida de unos preceptos que poco tienen que ver con el islam, convertidos en los ídolos de una religión totalitaria.

Una mirada desde fuera tiende a pensar que estos ulemas deben tener algo de razón, que son representantes válidos del islam, y que los que nos revelamos contra ellos no somos sino «modernistas influenciados por occidente». El hecho de que se revistan de ropajes y de títulos pomposos, de que muchos de ellos sean árabes, de que ocupen universidades de prestigiosa historia y los lugares sagrados del islam tiende a favorecer esta opinión. Sin embargo, debe quedar absolutamente claro que las opiniones que hemos vertido no tienen ningún fundamento en la tradición islámica, y que el wahabismo y el salafismo son corrientes modernistas que difícilmente encajan con el islam tradicional, y ya fueron denunciadas como innovaciones perniciosas por los propios ulemas oficiales del califato otomano. Por mi parte, el rechazo de estos pretendidos sabios no se basa en un intento de modernizar el islam, sino de vivir el islam como tradición primordial, aquí y ahora. Solo el conocimiento directo del Corán nos ofrece las claves para enfrentarnos a esta estructura de poder, el Quraish de nuestro tiempo.

Con todo, uno no puede dejar de preguntase: ¿cómo es posible esta transformación radical del islam en una seudo-religión que sólo se parece al islam que transmitió Muhámmad en sus aspectos más externos? ¿Qué bases tienen estos falsos ulemas para justificar todos los preceptos con los que nos inundan? En un texto brillante, Asma Barlas ha mostrado como funciona el pensamiento de estos ulemas reaccionarios (ella los llama conservadores). Citamos extractando su discurso:

Los musulmanes conservadores se han parapetado detrás del baluarte de la tradición, pasando directamente de cuestiones hermenéuticas a históricas. De este modo, rechazan, en el nombre de la tradición, nuevas lecturas del Corán, sobre todo si proceden de mujeres. La tradición se vuelve más importante que el texto y, en realidad, se utiliza para invalidarlo, puesto que se traslada la atención del Corán a los roles de género y las prácticas interpretativas tradicionales. Pero en cuanto alguien discrepa de esta construcción de la tradición y sostiene que la tradición también nos brinda el ejemplo de Umm Salama, la esposa del Profeta, quien le preguntó por qué el Corán no se dirigía a las mujeres cuando le fue revelado, y de Aysha, que narró más hadices sobre la vida del Profeta que ninguna otra persona, los conservadores se refugian en la razón y más concretamente en la «razón pública». Los conservadores salvaguardan las lecturas del Corán dominantes, así como su propia autoridad interpretativa pasando del texto a la tradición y a la razón (pública) sin prestar atención a las críticas dirigidas a ellos y sin abrir el texto, la tradición o la razón a la crítica.
Esta cadena de elisiones actúa también justamente en el sentido contrario y con los mismos resultados. De este modo, si alguien sostiene que la razón pública es una construcción social y refleja las relaciones de poder existentes en una sociedad determinada, o que las interpretaciones femeninas pueden ayudar a reenmarcar la razón pública y hacerla más inclusiva, los conservadores se escudan una vez más detrás de la tradición, concretamente detrás del artificio de un consenso público (iÿma) implícito, pero eternamente obligatorio, que se remonta a los primeros tiempos islámicos, esta vez sosteniendo que este consenso avala la legitimidad de la autoridad interpretativa masculina y sus lecturas del Corán y que no es correcto anularlo. Ahora, la tradición falsifica la razón y, una vez más, los conservadores pueden evitar afrontar las críticas femeninas del conocimiento religioso o sus lecturas del Corán.

Cuando no pueden evitar comentar estas lecturas, normalmente los conservadores las desacreditan acusando a sus autores de no utilizar metodologías tradicionales. Sin embargo, cuando alguien realiza una crítica de las metodologías tradicionales o propone otras nuevas, los conservadores vuelven a refugiarse en el texto, o más precisamente en la inmutabilidad del significado del texto que, según sostienen, confirma de una vez por todas la inferioridad de las mujeres, lo que convierte sus críticas del conocimiento producido por los hombres en irrelevantes. Así pues, se cierra el círculo y volvemos al lugar de partida, aunque esta vez desde la dirección contraria.

Esta estrategia se presenta como un muro infranqueable, donde las respuestas no tienen por objeto buscar la verdad sino defender los privilegios. Por ello no se entretiene en analizar los argumentos, sino en corroborar si el contenido se adapta o no a una visión previamente establecida. Las interpretaciones defendidas mediante estas estrategias son indefectiblemente las más reaccionarias y represivas. Siempre que los ulemas reaccionarios tienen que escoger entre dos opciones interpretativas, escogerán la que se corresponda a su concepción predeterminada del islam como una religión machista, legalista y totalitaria.

Es notable darse cuenta de que no existe ninguna coherencia interna en sus planteamientos ni se respeta una metodología básica. Por ejemplo: aunque debería estar claro que una aleya del Corán está por encima de un dicho del Profeta, en numerosas ocasiones no se duda en invertir la preferencia. Tomemos el caso del supuesto delito de apostasía, que los ulemas reaccionarios sostienen que debe castigarse con la muerte. Para justificar esta sentencia, se cita un hadiz narrado por ibn Abbas, según el cual el profeta dijo: «Es lícito derramar la sangre de alguien que abandona su religión», y se ignoran todas las aleyas coránicas que defienden la libertad de religión y de conciencia: «Y si tu Señor quisiera, creerían todos los que están en la tierra. ¿Acaso puedes tú obligar a los individuos a que sean creyentes?» (Corán 10: 99-100), además de las numerosas aleyas del Corán en las que se menciona a los apóstatas, sin prescribir ningún castigo. En el caso de que pongamos en duda la validez del hadiz en cuestión, los ulemas reaccionarios se remiten a la tradición jurídica, que ha aceptado el hadiz como auténtico y que ha prescrito la pena de muerte para los apóstatas. En este caso, la tradición sirve para anular la revelación.

Algo similar sucede con la lapidación por adulterio. A pesar de que existe una aleya que literalmente prescribe otro castigo para el caso de adulterio e incluso otra aleya que prescribe el perdón en caso de arrepentimiento, los ulemas reaccionarios se las ingenian para sostener que la lapidación es la pena correcta. En este caso, citan un hadiz de Omar ibn al-Jattab, según el cual la aleya que condenaba a morir lapidados a los adúlteros estaba en el Corán, a pesar de que hoy en día ha desaparecido. Los ulemas oficiales aceptan esto, aunque en otros contextos no se cansen de repetir que el Corán es la Palabra Eterna de Dios, que nos ha llegado inalterada hasta en sus últimos detalles, condenando como hereje a quien afirme lo contrario.

Nos encontramos ante una cadena de argumentos inconexos, presentados como un muro. Este muro no tiene ninguna consistencia, se desmorona ante un mínimo análisis. Y sin embargo, la repetición mecánica de consignas funciona como un ejercicio de hipnotismo, cegando los corazones y las mentes. Sólo una persona predispuesta a la obediencia ciega puede tragar con todo esto. Con ello, se pone de manifiesto que el pilar de todo este entramado es el de la presunta obligación de todo musulmán de obedecer a los propios ulemas oficiales, bajo el argumento del peligro de fragmentación que acecha a la comunidad de los creyentes. Y todo ello a pesar de que el propio Mensajero de Dios dijo: «La diversidad de opiniones es una misericordia de Al-lâh para la umma».

Tal y como señala Asma Barlas, el pensamiento de los clérigos conservadores actúa de modo ubicuo, como un ciclo de opresión del que resulta difícil escapar. Una de las tácticas más recurrentes para justificar la anulación de lo claramente establecido por Dios en el Corán es la doctrina de la abrogación, según la cual algunas partes del Corán abrogan otras. En base a esto, algún presunto Shaij puede permitirse afirmar que uno de los versículos más repetidos del Corán («No hay imposición en la religión», 2: 256) ha sido abrogada, y que por tanto el islam sí puede ser impuesto. En casos como este, se hace evidente el totalitarismo de estos supuestos sabios, quienes se sitúan a sí mismos por encima de Dios y cuyas interpretaciones chocan de forma radical con el Mensaje del Corán.

Dentro de las estrategias para justificar regulaciones no contenidas ni en el Corán ni en la Sunna, una de las más retorcidas es el principio de la prevención. Según esto, con el objeto de prevenir pecados, es posible justificar una ley que no tiene su base en el Corán ni en la Sunna. Este precepto se aplica para justificar la segregación de la mujer, incluyendo leyes discriminatorias ausentes en el Corán y en la Sunna y que de otro modo tendrían difícil explicación. Por ejemplo, la prohibición de conducir coches, vigente en Arabia Saudí, se justifica mediante el argumento de que para conducir hay que destaparse algo del rostro, lo cual es haram para nuestros alfaquíes. El mufti saudí Muhammad Kadwa declara: no hay nada que prohíba a la mujer el conducir conches; ahora bien, dado que el conducir implicaría la violación de los códigos de vestimenta impuestos por la sharia, hay que negarle este derecho (aquí, el código de vestimenta al que se alude es el niqab, que cubre todo el rostro). Y añade: todos conocemos las oportunidades de pecar que ofrecen los coches.

Dado que salir de casa puede conducir a la mujer a «cometer pecados», se la encierra. Para salir tendrá que hacerlo siempre con un acompañante masculino de su familia. A pesar de que el Corán afirma que hombres y mujeres son walis (protectores, allegados, íntimos) los unos de los otros, se ha instaurado la práctica de asignar una especie de guardián a las mujeres, llamado precisamente wali, quien debe velar por su castidad y su pureza, y sin cuyo consentimiento no pueden hacer nada. Aunque existe un hadiz que afirma: «No prohibáis a la mujer el acceso a la mezquita», se considera que es mejor prohibir el acceso de la mujer a la mezquita y mantenerla en casa para prevenir el pecado. Así, se establece una cadena de prohibiciones que no tienen fundamento en el Corán y que van claramente en contra del ejemplo de Muhámmad. Aquí, es el razonamiento deductivo el que anula el Corán y las tradiciones del Profeta. Mediante estos mecanismos, llega un momento en que nos damos cuenta de que el islam genuino que enseñó Muhámmad es literalmente destruido, sustituido por una religión que sólo se le parece en los ropajes, pero no en los contenidos.

La manipulación se extiende a los propios principios de la jurisprudencia, usul al-fiqh. El iÿtihâd (esfuerzo interpretativo, yihad del pensamiento) ha dejado de ser asociado a la libertad de conciencia, para convertirse en un derecho que ostentan en exclusiva los propios ulemas oficiales. Este es un elemento clave para la construcción del islam como religión controlada por el núcleo del pensamiento árabe reaccionario, y se encuentra incluso en pensadores tan avanzados como Tariq Ramadan, quien asume como suyas las restricciones establecidas por los ulemas reaccionarios.

La táctica es siempre la misma: afirmar que «sólo tiene derecho a hacer iÿtihâd quien conozca el árabe a fondo, quien haya estudiado ciencias del islam, quien conozca las circunstancias de la revelación de cada aleya…» Es decir: solo los «expertos religiosos», que han sido preparados para ello en determinadas universidades islámicas. La «apertura de la puerta del iÿtihâd» reclamada por todos los movimientos reformistas de los siglos XIX y XX, lejos de constituirse en un elemento de progreso, ha sido transformada en un elemento represivo. La libertad de interpretación reclamada en exclusiva por los propios ulemas reaccionarios les permite dictar aquellas fatuas que sean del agrado de los gobernantes. De ahí el completo fracaso del llamado reformismo musulmán, asociado ya definitivamente a las corrientes más reaccionarias: wahabismo, salafismo, ijwan al-muslimin, yama’at tablig, yama’at-e-islam...

También el concepto de iÿma[ ] (consenso de la comunidad) ha pasado a designar el «consenso de los juristas del pasado». Lo que de entrada se presenta como un principio democrático, la búsqueda del consenso entre todos los miembros de una comunidad interpretativa, es transformado en un instrumento de control ideológico. Por ejemplo: en el rechazo al imamato femenino ante hombres y mujeres, el argumento más repetido es el del supuesto consenso de los juristas en su contra. En este caso, se desplaza el derecho de una comunidad determinada a establecer el imamato según el consenso entre los miembros de dicha comunidad. Al mismo tiempo, se ignora conscientemente el hecho de que destacados ulemas y alfaquíes del período clásico consideraron el imamato femenino como perfectamente lícito. En concreto, para un musulmán español es importante saber que dos de los más grandes pensadores de al-Andalus (ibn ‘Arabi e Ibn Rushd) consideraron válido el imamato femenino ante hombres y mujeres.

La manipulación operada por estos ulemas reaccionarios es tan evidente y de tal magnitud que difícilmente se puede reconocer el islam en la religión que propagan con sus fatuas. Todo parecido se mantiene en lo externo, las barbas y ropajes que se supone son los mismos que los de la Arabia de hace quince siglos. Sólo que ellos viven en palacios de lujo, usan coches caros fabricados en occidente e invierten el dinero del petróleo en corporaciones norteamericanas. Es fácil decirle (en nombre de Dios) a un joven emigrante que deje su trabajo y se gane la vida honradamente cuando se vive de lamerle los pies a un príncipe obeso, todo envuelto con fórmulas rituales que les confiere la apariencia de hombres piadosos.

En este punto, no podemos sino recordar algunos de los hadices que nos hablan sobre la degeneración interna de la umma. El Profeta dijo:

Llegará para mi umma un tiempo de desgracias en el que los hombres acudirán a sus ulemas en busca de guía, pero los encontrarán como cerdos y monos.
(Kanzul Ammal)


Según un hadiz transmitido por Ali ibn Abu Talib (que Dios esté complacido con él), el Profeta dijo:

Pronto llegará un tiempo en el que del islam no quedará más que el simple nombre. Nada quedará del Corán salvo sus palabras. Las mezquitas estarán llenas de devotos, pero éstos quedarán privados de la orientación divina. Los ulemas de ese tiempo serán las peores criaturas bajo el cielo. La corrupción procederá de ellos, y a ellos volverá.
(Mishkat, Kitab al-Ilm)


Y todavía un tercer hadiz:

El santo profeta dijo: «Pronto desaparecerá del mundo la ciencia (‘ilm), hasta que ya no quede nadie que comprenda las palabras de sabiduría y la inteligencia (del Corán)». Sus seguidores le preguntaron como podía esto ocurrir, si el Corán estaba con ellos, y ellos lo entregarían a sus descendientes. El Profeta respondió: «¿Acaso los cristianos no tienen el Evangelio y la Torah? ¿Y qué provecho extraen de ellos?».
(Asad-ul-Ghabah)


No conozco las fuentes originales ni las cadenas de transmisión de estos tres hadices. En todo caso, sean o no auténticos dichos de Muhámmad, la paz y la salat de Dios sean con él, me parecen descripciones apropiadas de los ulemas a los que hacemos referencia.

Para ser justos, y como ya hemos dicho al principio, debemos repetir que esta crítica no se dirige a la totalidad de los ‘ulemas oficiales’, sino más bien a un núcleo duro del pensamiento árabo-musulmán contemporáneo, cuya onda expansiva se origina en Arabia Saudí y amenaza con intoxicar a todas las comunidades. Desde esta perspectiva, se comprende que mientras más nos alejemos (ideológica y geográficamente) de este núcleo duro saudí, más recuperamos la confianza en el papel tradicional de los ulemas. Ejemplos notables de ulemas al servicio de las comunidades de base los encontramos en el África negra, en Malasia e Indonesia, donde se encuentran la mayoría de los verdaderos sabios del islam actualmente. Sabios que malviven rodeados de baraka en situaciones semi clandestinas, ocultos en los velos de la rahma de Dios.

Mientas, los falsos ulemas legajistas se aposentan en las cátedras de la ignorancia, esperando el día en que Dios les abra las puertas del infierno.
Quien esto escribe es un musulmán español, llegado al islam desde el ateísmo. Yo mismo me considero (hasta cierto punto) un producto del descrédito de los ulemas oficiales. Uno de los motivos que me ha movido a escribir sobre el islam es la ausencia de respuestas convincentes entre los que se autoproclaman «guardianes de la tradición». Llega un momento en que no podemos seguir tomando como referentes a esta gente, abrimos nuestros ojos y nos orientamos hacia la Creación, donde Dios se manifiesta. Todo a nuestro alrededor nos habla del islam, del sometimiento de todo a un designio inescrutable. Tomamos el Corán en nuestras manos y todo significa. El Corán ha sido revelado para cada uno de nosotros, sin necesidad de intermediarios. Por ello, hace tiempo que he dejado de lamentarme por la miseria intelectual de los ulemas oficiales, y doy gracias a Al-lâh por haber dotado al ser humano de un corazón pensante, de un raciocinio capaz de someterse y ser guiado por las leyes de la Misericordia Creadora.

Desde el reconocimiento de mi más completa ignorancia, reivindico el derecho a ser guiado únicamente por Al-lâh. Soy consciente de que este camino está lleno de errores, debido a mi falta de capacidad y a las limitaciones que mi ego impone a la recepción de la Palabra revelada. Pero también soy consciente de que este es el único camino, que exige una entrega total a Al-lâh, la consciencia de que sin Su ayuda nunca superaremos nuestro estado de fragmentación y de ignorancia.
Pido perdón por todo aquello que diga, piense o haga no conforme a las enseñanzas genuinas del islam y al ejemplo del Profeta Muhámmad, una bendición para la humanidad, que la paz y la salat de Al-lâh sean sobre él y todos sus seguidores. Pido a Al-lâh que me ayude en la tarea de pensar el islam aquí y ahora, como una fuente viva y llena de sentido para aquellos que rechazan toda idolatría y se postran voluntariamente ante el Creador de los cielos y la tierra, in sha Al-lâh.

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