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Oí al Mensajero de Dios -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, diciendo:
«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».
Lo transmitió Muslim.
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viernes, 22 de enero de 2010
Cómo me convertí al Islam. Mo’ámmer Mouhiddín Darman.
Bismilláhi Rahmáni Rahím.
Esta es la historia de cómo conocí el Islam, y de qué cosas ví en él que me hicieron sentir que había hallado el mejor de los caminos.
La primera vez que leí sobre el Profeta, su historia pasó completamente inadvertida a mis pensamientos entre las de otros personajes históricos. Pero con los años pude recordar claramente haber sentido un extraño anhelo de algo indefinido.
Mis padres eran ateos, gente culta e instruida que había vivido con preocupación y sensibilidad los acontecimientos políticos de su época, y las ya comunes y permanentes intervenciones de EE.UU. en Latinoamérica.
Ellos me enseñaron una imagen crítica del cristianismo católico, al cuál veían, no sin razón, como una religión de blancos ricos que colaboró con innumerables regímenes dictatoriales, pero también tenían una posición escéptica sobre todas las religiones en general.
Mis padres respondían a todas mis preguntas sin mentirme, y ya a corta edad comenzaron a hablarme como a un adulto sobre cuestiones éticas, políticas o filosóficas que el resto de los padres de familia habría omitido como tema de conversación con sus hijos, y de esa manera me enfrentaron crudamente a los problemas de la realidad circundante. Con los años, llegué a comprender que fue esa crudeza la que me permitió entender al mundo y a la gente, y no ser un ignorante ahogado en los entretenimientos estériles, como hay tantos. Y comprendí que no enfrentar a los niños a la realidad es un crimen que engendra los peores males para la sociedad.
En sintonía con su manera de pensar, me inculcaron el amor por la lectura de temas científicos, históricos y políticos. En casa no había ningún libro de religión ni historietas de superhéroes. Mis primeras lecturas fueron sobre paleontología e historia, a través de una colección de revistas para chicos que exponía la historia universal en forma de historietas, llamada “Érase una vez el Hombre….”, desde la aparición de los dinosaurios hasta la era moderna. El fascículo 6 se llamaba “Las Conquistas del Islam”, y yo leí allí, a la edad de 7 u 8 años, una breve reseña sobre la vida del Profeta que quedó en mi memoria para siempre, junto con un comentario de Lamartine sobre la grandeza de Muhámmed.
Pero en adelante, todos mis intereses se concentraron fundamentalmente en leer sobre disciplinas de la ciencia no contempladas por la religión, como astronomía y relatividad, mecánica cuántica, paleontología, evolucionismo, etc.
No fue sino hasta que tuve unos 16 años que volví a tener contacto con la cultura de Oriente próximo, a través de una obra hermosa que sigo leyendo regularmente: “El Profeta”, de Jalil Yibrán. A través de este libro, me relacioné por primera vez con una visión de la vida religiosa no opresiva, que asocié inmediatamente con la cultura árabe, y que estaba muy en sintonía con las ideas humanistas sobre el ser humano y la sociedad que mi familia me enseñó. Pero por sobre todo, se me hizo evidente algo que siempre había sentido sin poder verbalizarlo: el profundo rechazo y repulsión que me provocaban la espiritualidad europea predominante en mi país.
No pasó mucho tiempo hasta que comencé a hurgar junto con algunos amigos en toda cultura y religión lejana y antigua: el budismo, el hinduismo, el esoterismo, la cultura y creencias de los aborígenes americanos, el rastafarismo, etc. Todas estas disciplinas me dejaron fuertes enseñanzas y convicciones que me fueron alejando progresivamente del ateísmo de mi educación, pero ninguna constituyó para mí una religión integral, entendida como una forma de vida. Sólo el Islam y el judaísmo permanecían desconocidos para mí.
Pasó mucho tiempo hasta que pude leer por primera vez una traducción del Sagrado Corán. Vivía solo en la ciudad de Córdoba, Argentina, y me hice socio de la de la Biblioteca Popular para sacar material de estudio para el colegio. Pregunté por una lista de libros que desde hacía tiempo quería leer y no conseguía, y entre ellos estaba el Corán. Era una traducción de un autor cristiano occidental, Hernandez Catá, previamente traducida del árabe al francés a mediados del 1700 y retraducida al español a principios del siglo XX. Contenía cantidad de imprecisiones, y algunos comentarios negativos del traductor. Recuerdo haber leído en uno de esos comentarios: “Mahoma combatió la idolatría, pero sembraba nuevos errores pues combatía la Trinidad “…
Cuando había leído un tercio del Corán, y a pesar de los comentarios negativos del traductor, luego de una vida de activa educación antirreligiosa, sin haber conocido jamás a un árabe ni a un musulmán, ni siquiera a un judío que pudiera haberme hablado sobre la unidad de Dios y la no-divinidad de Jesús, yo ya estaba firmemente convencido de que yo era musulmán, de que había encontrado la religión y el estilo de vida que yo quería seguir.
Una semana después estaba haciendo preguntas en la Municipalidad de la Ciudad de Córdoba para ubicar una mezquita. Cuando llegué allí por primera vez, me atendió un señor muy huraño y desconfiado peguntándome qué quería. Le dije con todo descaro y convicción: “Hola… yo soy musulmán, y quiero aprender más sobre la religión”. El anciano no pareció muy convencido. Me trató con arrogancia, me preguntó cómo había conocido el Islam y opinó que lo que yo había leído no servía para nada. Luego me mandó a la Sociedad Árabe Musulmana de Córdoba. Allí comencé a concurrir al yumu’a, la oración comunitaria de los viernes.
Cuando yo me convertí al Islam, durante mucho tiempo lo hice convencido de que el Corán era algo así como un testamento del Profeta, por un error de traducción de mi libro, creo que en Surat an-nisá, donde decía: “El Corán es la palabra del Mensajero Fiel”, versículo que alude al ángel Yibril, pero que el autor creyó que aludía al mismo Profeta, a quien también se menciona como Mensajero. Por olvido o desidia de los viejos árabes que me recibieron allí, tampoco pronuncié mi testimonio de fe frente a dos testigos, como hasta un año después de considerarme musulmán y haber comenzado a practicar regularmente el salah.
Me resta hacer entonces un resumen de porqué lo elegí, y qué cosas me impresionaron del Islam.
Mi elección del Islam como la disciplina más amada se debe a la exquisita proporción con que contiene todo aquello que sé del mundo y que considero importante. El Islam es para mí como una espaciosa casa en el paraíso, en cuyos rincones convive todo lo bueno que he visto de este mundo, y una promesa razonable y cuerda de conocer qué hay más allá de mi muerte. Y, no soy nada original en esto, sentí al conocer el Islam que yo había sido siempre musulmán sin saberlo, y fueron pocas las cosas que debí cambiar para adaptar mis costumbres a él.
En el Islam vi concretadas la gran mayoría de las consignas morales sobre la organización de la sociedad, debates que en mi casa eran comunes y que ocuparon siempre un lugar preeminente en mi mente. En el Sagrado Corán y en los relatos del Profeta, encontré las mejores lecciones sobre ecología, psicología, y derechos humanos. George Berbard Shaw, escritor y pensador irlandés, dijo: “El derecho musulmán está 200 ó 300 años adelantado a Occidente”.
Y encontré también con agrado y sorpresa que los pueblos musulmanes conservaron con responsabilidad y rigor esas enseñanzas originales comprendieran o no su significado, de tal manera que tanto a través de historiadores occidentales como orientales es posible hacerse una idea real de las enseñanzas de un profeta que dio al mundo algo más que milagros, y de la historia de su comunidad en el mundo.
Me impresionó del Islam no sólo su respeto absoluto y riguroso por el monoteísmo, sino también su condena a la idolatría, la superstición y el oscurantismo. Durante años, había creído que las religiones eran una forma atrasada de cultura y tradiciones, en las que se tomaba por verdades toda clase de mitos y falsedades y se adoraba con cariño siniestros muñecos pintados a mano, a veces mutilados y torturados. Ver estas cosas me hizo cultivar una actitud sumamente “antirreligiosa”, que años después cuajó paradójicamente en una forma de vivir y pensar conocida como religión.
Todavía no salgo de mi asombro al ser testigo de una comunidad religiosa que no tiene clero, que ayuna durante todo un mes cada año para conocer el hambre de los pobres, que considera que toda autoridad debe otorgarse en consideración al mérito, que no ve al hombre una criatura malvada y pecadora, y que otorga gloria y licitud a los derechos básicos del ser humano, como disfrutar del sexo, formar una familia y tener un criterio propio. Es decir, el derecho a tener una fe propia y una relación personal con Dios, sin intermediarios. Una religión que exige todas estas cosas buenas como único camino para consagrarse a Dios, me asombra por su honestidad y sabiduría, y hasta ese momento no creía que existiera algo así.
A través del Islam encontré pureza, no una pureza basada en el aislamiento monástico ni en el puritanismo, sino en buscar la forma más sana de satisfacer nuestras necesidades y relacionarnos con nuestros semejantes. Pero por sobre todo, me fascina comprobar en los textos de historia de los propios eruditos de Occidente que el Islam llevó a la consumación de muchas sociedades plurales e idealistas, y a sus líderes a ejercer la autoridad con una altura moral que creía imposible en el ser humano. Las religiones de Occidente jamás pudieron producir una sociedad así, salvo cuando los pueblos europeos vivían en tribus y aldeas, orígenes que todos los occidentales recordamos ahora con inenarrable nostalgia, a través de las películas épicas. Las religiones de los imperios de Occidente sólo han traído dolor y abusos irracionales al mundo, y no es de extrañar que en nuestras sociedades predomine ahora un escepticismo absoluto sobre la solidaridad mutua y la supervivencia de la humanidad, y un liberalismo vacío y pueril.
Creo realmente que el Islam salvará a la humanidad, como salvó y refugió a lo largo de la historia no sólo a los musulmanes, sino a todos los pueblos perseguidos y atormentados por Occidente, como a los cristianos de las iglesias primitivas y a los judíos.
Creo en una religión que respeta los límites de los derechos individuales, y los derechos colectivos y públicos, condenando la explotación del hombre por el hombre y la opresión y el autoritarismo.
Creo en la religión de un hombre sencillo que enseñó que todas las personas somos iguales como los dientes de un peine, y ordenó pagar al obrero su salario antes de que el sudor causado por su trabajo se haya evaporado de su frente.
Los gobiernos de Occidente dicen aborrecer el Islam por ser una religión obsoleta y violenta. Y muchos pueblos tradicionales musulmanes, dicen aborrecer las ideas y las ciencias de Occidente por ser contrarias a la religión, y jamás pondrían a sus hijos en contacto con las ideas socialistas de Latinoamérica, con la paleontología evolutiva ni con la Teoría de la Relatividad de Einstein. Y así parece dividido el mundo, entre hemisferios y estilos de vida aparentemente irreconciliables.
Pero yo no puedo comprender eso. No puedo tomar en serio la opinión del vulgo por sobre lo que me dicta mi conciencia, por sobre la opinión de los sabios de la historia, aun sean sabios occidentales, y menos aún sobre la del Corán y el Profeta. Para mí, leer y seguir a los grandes pensadores y científicos de Occidente me llevó a considerar seriamente el misterio de la creación y la conciencia, y no encuentro cuál es la incompatibilidad con el Sagrado Corán y las enseñanzas del Profeta.
Tampoco podrán explicar jamás estos y aquéllos cómo mi educación atea me llevó a amar el Islam, ni cómo las sangrientas invasiones y la opresión económica son el resultado de un Occidente ilustrado, moderno y autosuperado.
Esto es porque la verdad no está en Oriente ni en Occidente, sino en la historia de la humanidad y en el misterio que la originó. Y quien ame verdaderamente al ser humano, no puede jamás despreciar el misterio que nos rodea y que le dio origen.
Que la paz y las bendiciones de Dios sean con todos ustedes.
Mo’ámmer Mouhiddín Darman
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