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Oí al Mensajero de Dios -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, diciendo:
«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».
Lo transmitió Muslim.
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viernes, 17 de febrero de 2012
El retorno de los desaparecidos.
Rebecca Solnit · · · · ·
Por lo común, es a finales de año cuando se supone que echamos la vista atrás a los acontecimientos que han sucedido, y hacia delante, a guisa de predicción, al año que llega. ¡Pues echemos un vistazo alrededor! Este momento es tan extraordinario que apenas si ha quedado consignado. Gentes de millares de comunidades por todos los Estados Unidos y en otros países están viviendo en público, experimentando con la democracia directa, llamando a las cosas por su nombre verdadero y obligando a los medios y a los políticos a hacer lo propio.
La amplitud de este movimiento es una cosa, y su profundidad, otra. Ha rechazado no solo las particularidades de nuestro sistema económico sino el conjunto de supuestos morales y emocionales en los que se basa. Tomemos el caso de las dos personas que muestra una fotografía de “Ocupemos Austin” en Tejas. La anciana de amable apariencia sujeta un cartelón en el que se lee en caracteres impresos de ordenador: “El dinero nos ha robado el voto”. El anciano de la gorra de béisbol a su lado sujeta una pancarta que reza: “Somos guardianes de nuestros hermanos”.
La foto de ellos dos nos ofrece un atisbo de un momento sólo en el notable periodo que estamos viviendo y el asombroso movimiento que ha atraído…bueno, si no al 99% de nosotros, pues a un porcentaje bastante asombroso: todo el mundo, de Miley Cyrus, la superestrella pop adolescente Miley Cyrus, con su video homenaje de “Ocupemos”, a Esther Green, la anciana yupik [pueblo aborigen] de Alaska pescando en el hielo y con una pancarta en grandes letras que reza “Yirqa Kuik”, con la traducción — “ocupemos el río” — en pequeño debajo.
La mujer del cartel sobre los votos robados se refiere a ellos. Su compañero habla de nosotros, de todos nosotros, y de nuestros principios. Su pancarta sale directamente del Génesis, una negación de lo que Caín, ese empresario competitivo, le dijo a Dios después de dejar sin vida a su hermano Abel. No era, como afirmó, guardián de su hermano; no estamos, insistía, en deuda con nadie sino separados, aislados, cada uno a lo suyo.
Pensemos en Caín como primer darwinista social y en este “ocupa” de Austin como su opuesto, afirmando que no, que el amor debería ser nuestro sistema operativo; estamos todos conectados, debemos cuidar unos de otros. Y este movimiento, nos está diciendo, tiene que ver con lo que el levantamiento argentino que comenzó hace una década, el 19 de diciembre de 2001, llamó política afectiva.
Si es un movimiento sobre el amor lo es también sobre el dinero que se llevaron tan injustamente y continúan llevándose de nosotros…y sobre el hecho de que, ahora mismo, el dinero y el amor están en guerra el uno con el otro. Al fin y el cabo, en el corazón de Norteamérica, se está comenzando a meter a la gente en la cárcel por deudas, mientras el movimiento “Ocupemos” argumenta en favor de perdonar las deudas, la renegociación y el jubileo de las deudas.
A veces gana el amor, o al menos la decencia. Una mañana de finales del mes del mes pasado, Josephine Tolbert, de 75 años de edad, que regentaba una guardería en una modesta vivienda de San Francisco, regresó después de dejar a un niño en el colegio para encontrarse que ella y los demás niños se quedaban fuera sin poder entrar porque se había retrasado en el pago de la hipoteca. True Compass LLC, que adquirió su casa en una venta bajo precio de mercado de acuerdo con los acreedores mientras ella creía que estaba todavía negociando con el Banco de América, no le permitió volver a entrar en la que había sido su vivienda durante casi cuatro décadas, ni siquiera para recuperar sus medicinas ni los pañales de los niños.
Nos manifestamos delante de su casa y ante las raídas oficinas de True Compass mientras se escondían dentro, y los estudiantes de “Ocupemos” de la Universidad Estatal de San Francisco se manifestaron delante de un restaurante propiedad de True Compass en apoyo de esta abuela afroamericana. Gracias a esta solidaridad y a la atención mediática que atrajo, Tolbert ha recuperado sus llaves, ha vuelto a mudarse a su casa, y está renegociando las condiciones de su hipoteca.
Cientos de víctimas de desahucios cuentan ahora con la defensa de secciones locales del movimiento “Ocupemos”, de West Oakland a North Minneapolis. Tal como lo define Astra Taylor, escritora, cineasta y “ocupa”:
“La ocupación de viviendas desahuciadas abandonadas no sólo pone en relación los puntos desperdigados entre Wall Street y Main Street [Calle Mayor, la calle, sin más], también puede llevar a victorias rápidas y tangibles, algo que los movimientos necesitan desesperadamente para mantener su impulso. Los bancos, a lo que parece, son blancos más blandos de lo que pudiera parecer, al estar tan extendidos los casos de irregularidades legales y de rotunda delincuencia. Teniendo uno de cada cinco viviendas al borde del desahucio y sin que parezca que vayan a ralentizarse las notificaciones en los próximos años, el número de personas afectadas por la crisis — sea porque han perdido sus casas o porque están ya por debajo del agua— verdaderamente aturde la mente”.
Si lo que ha estado sucediendo local y globalmente tiene varias de las características de un levantamiento, en ese caso nunca se ha producido ninguno verdaderamente tan omnipresente, de los científicos que mostraban una pancarta de “Ocupemos” en la Antártida a la presencia de “Ocupemos” en lugares tan alejados como Nueva Zelanda y Australia, São Paulo, Frankfurt, London, Toronto, Los Ángeles y Reikiavik. Y no olvidemos los lugares más minúsculos tampoco. La otra mañana, estando en los muelles de Oakland para las manifestaciones por el cierre del puerto de la Costa Oeste, me encontré con tres miembros de “Ocupemos Amador County”, una pequeña zona rural en la Sierra Nevada californiana. Su población más grande, Jackson, tiene algo más de 4.000 habitantes, lo que no ha impedido que celebrasen reuniones periódicas de “Ocupemos” al aire libre los viernes por la tarde.
Una niña con una parka roja en los muelles de Oakland llevaba una pancarta con una cita de Helen Keller, ese modelo de conducta, sorda y ciega y con habla, que dijo: “Las mejores cosas y las más bellas del mundo no pueden verse ni tocarse. Hay que sentirlas con el corazón”. ¿Por qué citar a Keller en una manifestación centrada en los sindicatos y la economía? La respuesta está bien clara: porque “Ocupemos” tiene algo de la resonancia emocional de un “spiritual”, además de ser un movimiento político. Como en el caso de otras agitaciones a las que se suma en España, Grecia, Islandia (donde están metiendo de verdad a los banqueros en la cárcel), Gran Bretaña, Egipto, Siria, Túnez, Libia, Chile y más recientemente Rusia, quiere hacer preguntas fundamentales: ¿Qué es lo que importa? ¿Quién importa? ¿Quién decide? ¿Sobre qué principios?
Si os paráis un momento a considerar cuán imprevisto e imprevisible era todo esto cuando el 17 de diciembre de 2010 se inmoló Mohamed Bouazizi, un vendedor callejero de verduras tunecino de Sidi Bouzid, una ciudad apartada y empobrecida. Protestaba por la existencia sin salida a la que le condenaba la economía del 1% dirigida por el autócrata Zine Ben Ali y su corrupta familia, así como por la brutalidad policial concomitante, dos cosas que han seguido siendo centrales desde entonces. Por encima de todo, tal como ha atestiguado su madre, estaba a favor de la dignidad humana, es decir, por un mundo en el que el sistema primario de valor no sea el dinero.
“La compasión es nuestra nueva moneda” decía el mensaje garabateado en la tapa de una caja de pizza en el “Ocupemos Wall Street” del Parque Zuccotti, en el bajo Manhattan, que sostenía un joven pensativo en el gran fotorretrato de Jeremy Ayers. Pero, ¿qué puedes comprar con compasión?
Pues bastante, parece ser, incluyendo un movimiento global, y hasta pizza, que puede llegar a ese lugar de acampada del movimiento como regalo de solidaridad. Unos pocos días después del éxito sorpresa de “Ocupemos Wall Street” se encargó pizza y en una hora llegaron pizzas por valor de 2.600 dólares, igual que el año anterior a los ocupantes de la sede estatal de Wisconsin les habían provisto de pizza, sin olvidar las empanadas enviadas y pagadas por los revolucionarios egipcios.
El retorno de los desaparecidos
Durante la época de las dictaduras y los escuadrones de la muerte de las décadas de 1970 y 80 en Chile, Argentina, Brasil y América Central, el término “desaparecidos” venía a describir a quienes eran secuestrados, mantenidos en cárceles secretas, torturados y a menudo ejecutados clandestinamente. Tantas décadas después, todavía se está desentrañando su destino.
En los Estados Unidos, los desaparecidos también existen, y no gracias a un ejército o unos paramilitares brutales sino a una brutal economía. Cuando pierdes tu trabajo, te desvaneces en tu lugar de trabajo y, más tarde o temprano, llegas a una vaciedad en tu día a día, tu identidad, tu cartera, tu capacidad de participar en una sociedad comercial. Cuando pierdes tu casa, desapareces de los espacios familiares: el bloque de pisos, el barrio, la lista de propietarios. Con frecuencia, desapareces de la vergüenza, y dejas atrás amigos y conocidos.
En las acciones de apoyo a algunos de los 1.500 propietarios de viviendas, afroamericanos en su mayoría, desahuciados en el sudeste de San Francisco, varios de ellos describieron cómo tuvieron que vencer una poderosa sensación de vergüenza simplemente para poder alzar la voz, y no menos a la hora de defenderse o sumarse al movimiento. En los Estados Unidos, el fracaso se supone que es siempre individual, no del sistema, y tiende por tanto a producir una sensación de desolación personal que deja a sus víctimas con un sentimiento de soledad y decaimiento, aunque estemos entre masas de otras personas.
La gente que destruyó nuestra economía por su avaricia sin fondo es, por otro lado, desvergonzada, tan desvergonzada, como los directivos cuyas retribuciones se dispararon un 36% en 2010, durante esta profunda y agotadora recesión. Decididamente, la compasión no es su divisa.
El término “ocupemos” habla por sí mismo con fuerza a los desaparecidos norteamericanos y a la idea misma de desaparición. Habla a quienes han perdido su ocupación o la vivienda que ocupaban. En sus numerosos significados, es como una gran tienda de campaña. Quiere llenar un espacio, tomar posesión de él, emplear a uno mismo, mantenerle ocupado uno, llenar el tiempo (en los siglos XVII y XVIII, el verbo tenía un significado tan sexual que cayó en desuso). Describe el estado de estar presente que las asambleas generales y los campamentos de tiendas de “Ocupemos” han vivido, un espacio en el que — tal como Mohamed Bouazizi habría podido soñar — los desaparecidos pueden reaparecer con dignidad.
“Ocupemos” ha creado también un espacio en el que puede coexistir gente de todas clases, desde los sin techo a los que tienen ocupación, de los barrios marginales a la gente del campo. Coexistir en público con extraños y conocidos de ideas afines es una de los grandes cimientos y experiencias de la democracia, que es la razón por la que las dictaduras prohíben las reuniones y grupos, y por la que hoy se está sometiendo a prueba más duramente que en ningún momento reciente de la historia norteamericana el derecho de la gente de congregarse pacíficamente garantizado por la Primera Enmienda. Casi todos los “Ocupemos” tiene en su núcleo reuniones periódicas de una Asamblea General. Se trata de experimentos de democracia directa que han sido alborotados, exasperantes y milagrosos: ruedos en los que se invita a todo el mundo a ser oído, a tener voz, a formar parte, a configurar el futuro. “Ocupemos” es antes que nada una conversación entre nosotros.
Ocupar significa también hacerse ver, estar presente, una experiencia radicalmente desconectada (“unplugged”) para una generación digital. Hoy en día, el término se aplica a cualquier lugar en el que uno planea estar presente, geográfica o metafóricamente: Ocupemos Wall Street, ocupemos el sistema alimentario, ocupa tu corazón. La invención ad hoc del micrófono popular por parte de los ocupantes del Parque Zuccotti Park, que requiere que todo el mundo escuche, repita y amplifique lo que se está diciendo, no ha hecho más que fortalecer este sentido de presencia. No se puede mandar mensajes de texto o escuchar a medias si tu cometido reside en repetirlo todo para que oigan y comprendan.
Te conviertes en el guardián de la voz de tu hermano o hermana conforme vas repitiendo sus palabras.
Es un triunfo del aquí y ahora, y está por doquier: los miembros del consejo rector de la Universidad de California pasan por la prueba del micro, como los políticos, la Conferencia de Durban sobre Cambio Climático tuvo ocupantes y momentos de prueba del micro. El activismo tenía una aguda necesidad de nuevos modos de hacer las cosas, y este año lo ha conseguido.
Una bocanada de verdad
Antes de que el movimiento de “Ocupemos” apareciera en escena, el diálogo político y la charla mediática parecía llegar de un retorcido universo paralelo. Se denunciaba cualquier mínimo gasto del gobierno, mientras que rara vez se afrontaba el torbellino que engullía la economía; los inmigrantes que trabajaban duro eran descritos como haraganes, la gente que no hacía nada era ungida como “creadores de empleo”; se pasaba por alto la economía por los suelos y el enorme sufrimiento, mientras los políticos se peleaban (con los expertos pontificando) por el déficit; la guerra de clases sólo se llamaba guerra de clases cuando la libraba alguien que no fuera la clase dominante. Es como si tratáramos de navegar por Las Vegas con un mapa del Bizancio medieval hecho jirones, por medio, encima, de un lenguaje deshecho en el que todo y todo el mundo se perdía.
Entonces llegó “Ocupemos” y con ello, como barrido por una extraña pandemia, un contagioso virus de contar la verdad, y todo el mundo se vio de repente obligado a llamar a las cosas por su nombre y hablar de los problemas reales. El parloteo sobre el déficit se vio substituido por el reconocimiento de unja desigualdad grotesca. La avaricia era llamada avaricia, y una vez recibió su auténtico nombre, se volvió intolerable, como sucedió con el racismo cuando el Movimiento por los Derechos Civiles le puso nombre y lo dejó en evidencia para aquellas personas que no lo sufrían directamente. La enorme magnitud del sufrimiento causado por las deudas de los estudiantes y el aumento de las matrículas, los desahucios, el desempleo, el estancamiento salarial, los gastos médicos y otras desgracias del norteamericano normal pasaron de súbito a ser prioritarias en las noticias y, una vez expuestas a la luz, también ellas se volvieron intolerables.
Si las soluciones a los problemas que se mencionan no están cerca ni son fáciles, nombrar las cosas, describir la realidad con cierta precisión, constituye al menos un primer paso crucial. Informarnos como ciudadanos es otro más. Aspectos de nuestra no-exactamente-democracia que eran antaño casi invisibles están hoy sobre la mesa para discutirlos…y para oponerse a ellos, sobre todo a la “persona empresarial”, estatus legal que otorga a las corporaciones el derecho, pero no las obligaciones y vulnerabilidades, de los ciudadanos (una pancarta de “Ocupemos” que se repite con frecuencia reza: “Me creeré que las grandes empresas son personas cuando Tejas ejecute a una”).
El Ayuntamiento de Los Ángeles aprobó una moción que pedía la revocación de la “persona empresarial”, primera ciudad en sumarse a la campaña Move to Amend [Muévete por la Enmienda] contra la “persona empresarial” y la sentencia de 2009 del Tribunal Supremo en el caso Citizens United, que daba a las grandes empresas oportunidades ilimitadas de contribuir con fondos a nuestras campañas políticas. Hay programadas acciones de “Ocupemos” en todo el país para el 20 de enero, segundo aniversario de Citizens United. El senador independiente por Vermont, Bernie Sanders, que lleva cantando las verdades desde hace muchos años, presentó una enmienda constitucional al objeto de revocar Citizens United y limitar el poder empresarial en el Senado, mientras que el congresista Ted Deutch (demócrata por Florida) presentó una medida similar en la Cámara de Representantes.
Hasta hace sólo pocos años, apenas si sabía nadie que era la “persona empresarial”. Hoy, las pancartas denunciándola resultan frecuentes. De modo parecido, en los actos de “Ocupemos”, la gente deja claro que conoce la medida de reforma denominada Ley Glass-Steagall, que fue parcialmente revocada en 1999, demoliendo el muro de separación entre banca comercial y banca de inversión; que han oído hablar de la tasa a las transferencias financieras, apodada de Robin Hood, que recaudaría miles de millones grabando mínimamente cada transacción financiera; que comprenden muchos de los medios con los que 1% se enriqueció y al resto de nosotros nos robaron.
Esto representa una sorprendente curva de aprendizaje. Un nuevo lenguaje de verdad, un debate sobre lo que realmente importa, una ciudadanía informada: no es poca cosa. Pero nos hace falta más.
Somos el 99’999%
Yo misma estaba tan atrapada por el movimiento de “Ocupemos” que dejé de prestar mi habitual atención a la guerra sobre el clima, hasta que volví a ello por el catastrófico fracaso de las negociaciones sobre el clima de Durban, en África del Sur, donde, a principios de diciembre [de 2011] los países más poderosos y contaminantes en carbono lograron evitar tener que tomar oportunas y substanciales medidas de cualquier tipo para impedir que el clima se caliente aun más y la Tierra se deslice por un imparable cambio caótico.
En nuestra naturaleza está sentirnos más apremiados por el sufrimiento humano inmediato que por remotos problemas sistémicos. Sólo que este problema no es ni la mitad de remoto de lo que imaginan muchos norteamericanos. Está provocando ya un sufrimiento humano a gran escala y aún causará más. Muchas de las crisis alimentarias de la última década guardan relación con el cambio climático, y en África están muriendo miles de personas por el caos producto del cambio climático. Las inundaciones, incendios, tormentas y olas de calor de los últimos años son anuncios del cambio climático que llega a los EE. UU. antes de lo esperado.
En el sentido más inmediato, “Ocupemos” puede haber debilitado al movimiento sobre el clima al centrarnos muchos de nosotros en el sufrimiento urgente de nuestros hermanos, nuestros vecinos, nuestra democracia. Al final, no obstante, podría acabar fortaleciendo ese movimiento con sus nuevas tácticas, alianzas, espíritu y lenguaje de la verdad. A fin de cuentas, ¿por qué hemos sido incapaces de acometer los cambios de envergadura que hacen falta para limitar los gases de invernadero en la atmósfera? La respuesta estriba en una palabra que de pronto ha gozado de amplia difusión: avaricia. Responder adecuadamente a esta crisis beneficiaría a todo lo que vive. Cuando se trata del cambio climático, a fin de cuentas, somos el 99,999%.
Pero el 0,001% internacional que se lucra sin medida de la economía del carbono — los magnates del petróleo y el carbono, los industriales, y los políticos de cuyos hilos tiran — están en contra de este cambio. Han conseguido durante decenios adoctrinar a muchos norteamericanos, dentro y fuera del gobierno, con la propaganda del cambio climático, difundiendo mentiras acerca de la ciencia y la economía del cambio climático, y socavando cualquier posible legislación y negociaciones internacionales para mejorarlo. Y si pensamos que el desahucio de propietarios ancianos de viviendas es brutal, pensemos en ello como una prefiguración del desplazamiento y desaparición de pueblos, comunidades, naciones, especies, hábitats. El cambio climático amenaza con desahuciarnos a todos.
Los grupos que hoy trabajan sobre el clima, especialmente 350.org y Tar Sands Action (Acción contra las Arenas Bituminosas), ya han hecho cosas asombrosas. Muy recientemente, con la ayuda de indígenas canadienses, activistas locales y medios de comunicación alternativos, han estado muy cerca de acabar con la amenaza mayor y más aterradora contra el clima en Norteamérica: el oleoducto para el petróleo de arenas alquitranadas que iría de Canadá a Tejas. Ha supuesto una notable demostración de poder organizativo y voluntad popular. Puede que necesitemos que venga un “Ocupemos el Clima”.
Puede que “Ocupemos Wall Street” y sus miles de filiales hayan sentado los cimientos para eso. Pero quizás el mayor regalo que nos han hecho éste y otros movimientos de 2011 es haber afinado nuestra percepción…y nuestros conflictos. De modo que hay muchas más cosas al descubierto, entre ellas la avaricia, la brutalidad con la que estamentos que van desde el Ejército egipcio a la policía de Oakland imponen la voluntad de de los gobernantes, y la mayor parte de la profunda generosidad de espíritu que está detrás, dentro y en torno a estas insurgencias y sus activistas. Ninguno de estos movimientos es perfecto, y los individuos que los componen no siempre son los mejores guardianes de sus hermanos y hermanas. Pero hay algo que no podía estar más claro: la compasión es nuestra nueva moneda.
Nada ha sido para mí más conmovedor que este deseo, realizado repetida pero imperfectamente, por conectar por encima de las diferencias, por ser una comunidad, hacer un mundo mejor, abrazar al otro. Este deseo es lo que está detrás de esos campamentos desordenados, de esas manifestaciones estridentes, esas pancartas de cartón y esas conversaciones prolongadas. Los activistas jóvenes me han hablado de la extraordinaria riqueza de sus experiencias en “Ocupemos” y lo llaman amor.
Con ese espíritu de llamar a las cosas por su nombre verdadero, permitidme que evoque la descripción a la que Ella Baker y Martin Luther King recurrieron para las grandes comunidades de activistas de que se levantaron a favor de los derechos civiles: una comunidad bienamada. Muchos de quienes entonces estuvieron activos nunca olvidaron los profundos lazos y la honda significación que encontraron en esa lucha. Nosotros — y la palabra “nosotros” abarca a más de los nuestros que nunca — hemos hallado también estas cosas, y este año hemos llegado a algo sin precedentes, una comunidad bienamada que circunda el globo.
Rebecca Solnit es autora de 13 libros, incluyendo de A Paradise Built in Hell: The Extraordinary Communities that Arise Disaster y coautora, con su hermano David, de The Battle of the Story of the Battle of Seattle, una breve antología sobre cómo ese evento que cambió la historia ha sido tergiversado, con reproducciones de algunos de los documentos originales.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4715
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