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martes, 9 de febrero de 2010
Informe: Situación General de las Mezquitas en América Latina.
Las mezquitas árabes de América Latina no muestran generalmente interés alguno en la difusión, ni permiten ser utilizadas para ello por musulmanes que no sean de su círculo exclusivo.
Por Mo'ámmer Mouhiddin Darman al-Muháyir
Bismilláhi Rahmáni Rahím
Me propongo elaborar un informe del funcionamiento general de las mezquitas en América Latina y de su situación socio-política, así como del grado de inserción social de las comunidades musulmanas en las sociedades latinoamericanas en general, para analizar cuáles son los desafíos y problemas que presenta la difusión del Islam en estas tierras, y sacar así una conclusión de las políticas más acertadas para la difusión del Islam. Este informe no está elaborado en base a un estudio planificado ni extensivo, sino en base a la propia experiencia y la de otros hermanos musulmanes. Puede considerarse, en todo caso, un testimonio o un resumen de testimonios, y seguramente existirán innumerables excepciones a la situación general que estos describen. La descripción y el análisis posterior están basados en numerosos casos concretos, tanto en Sudamérica como Centroamérica, tanto propios como ajenos. Sin embargo, se evitará sistemáticamente mencionar localidades concretas y nombres propios, para que no se transforme en un texto de denuncia y litigio entre hermanos musulmanes. Intentaré, además, proveer un marco histórico sobre el establecimiento de las comunidades árabe-musulmanas en América Latina con el objetivo de entender y explicar la situación actual y el comportamiento de estas comunidades.
1492 fue un año doblemente fatídico: fue la fecha de llegada de Cristóforo Colombo al continente americano y también el año de la caída de Granada, y el comienzo de la expulsión de los árabes de la península ibérica, junto con los judíos y otros no católicos. No es de extrañar entonces, que los primeros árabes musulmanes en establecerse en América Latina hayan sido prisioneros o esclavos que llegaron de la mano del colonizador español.
Como minoría perseguida y más tarde como refugiados, los árabes musulmanes han tenido en las sociedades latinoamericanas un comportamiento ghetista y sectario, basado en la desconfianza hacia la autoridad del colonizador y hacia la sociedad en que vivían. Un comportamiento similar han tenido las comunidades judías.
Actualmente, el grueso de las mezquitas en América Latina están regenteadas por una comisión directiva compuesta por musulmanes descendientes de árabes, generalmente hombres mayores. Estas comunidades árabe-islámicas tienen un bajísimo grado de inserción y participación en la sociedad en que habitan, menor incluso que los judíos o los hindúes, y en la mayoría de los casos un conocimiento superficial del Islam basado en la herencia cultural.
En la actualidad, el grueso de los descendientes de árabes en América Latina no son musulmanes sino comerciantes cristianos sirio-libaneses o refugiados palestinos. Todavía el grueso de los árabes en Latinoamérica son comerciantes y tienen un interés escaso en la religión, y una educación pobre en ella.
Al ser la población árabe musulmana tan escasa, los emigrados y expatriados históricamente han convertido a las mezquitas en centros de reunión social, cuya función primordial nunca estuvo preparada ni dirigida a la difusión del Islam, sino a la preservación de la identidad y cultura árabe en primer lugar, y en segunda instancia a la práctica (cerrada) de la religión. Para estos musulmanes, los componentes nacional y cultural son más importantes que el religioso. Es por esto que estas mezquitas han funcionado y siguen funcionando como "clubes árabes", carácter que siguen conservando aún hoy en día. Prueba de esto es, como se ha advertido en algunas mezquitas, que las comisiones directivas pueden estar integradas por árabes no musulmanes, como sucedió en la Sociedad Islámica de una ciudad sudamericana, que estuvo dirigida por un druso libanés; pero no se conoce ningún caso en el que un musulmán converso no árabe integre la comisión directiva de una de estas mezquitas de árabes. O que para festividades como 'Id al Fítr (festividad de la ruptura del ayuno al finalizar Ramadhán) se invite a no musulmanes que no han ayunado al iftar (ruptura del ayuno), y se organicen bailes y música, donde las mujeres van maquilladas y con faldas cortas como a cualquier reunión social latina.
En su carácter de “clubes”, estas mezquitas suelen abrirles las puertas con mucha más devoción a funcionarios cristianos o gubernamentales que a musulmanes conversos o al público interesado, y se ha constatado que suelen echar o impedir la entrada a los musulmanes que no les agradan, casi siempre gente humilde o pobre, no árabe.
Para los conversos latinoamericanos al Islam, generalmente mestizos, la identidad racial y la nacionalidad no tienen un papel preponderante en sus vidas, y por eso han podido convertirse a una religión que se considera extranjera. Son musulmanes por elección y se convirtieron al Islam en una actitud rebelde y desafiante hacia la cultura de la sociedad en que crecieron. Para el musulmán converso latinoamericano la religión es fundamental porque es el fruto de su elección y preferencia, y en algunos casos como el mío es nuestra única nacionalidad, no sólo un accesorio en nuestra historia nacional o familiar. Sin embargo, hay entre los conversos una enorme curiosidad y veneración por lo árabe-oriental en general, como origen geográfico de la religión que profesamos, y la mayoría de los conversos latinos tienden a sentir la lengua árabe como la lengua sagrada de su religión. Prueba de esto es que aún cuando los conversos puedan hablar árabe, son renuentes a pronunciar palabras en el baño, por la asociación que hay entre esta lengua y el Corán, aún cuando sólo estuvieran diciendo “te veo luego”.
Para los descendientes de árabes musulmanes, el árabe es su lengua coloquial. Escogen hablar esta lengua en especial cuando quieren hablar frente a los latinos sin que se les entienda. Y menciono esto, porque simboliza y sintetiza un poco lo que percibimos los conversos en muchos de los descendientes de árabes: un trato profano hacia lo que consideramos sagrado. Naturalmente, este trato profano no se percibe sólo hacia la lengua, sino hacia los principios de la doctrina islámica en general.
La actitud con la que se encuentra el converso y el visitante latino en estas mezquitas es un contrasentido: por un lado, una actitud exageradamente piadosa, presumida y arrogante; por el otro, una práctica superficial de la religión, y con ideas o supersticiones ajenas o contrarias a los principios de la religión. Esta actitud es el resultado del sentido de inferioridad que siente la comunidad árabe local ante estas sociedades cristianas post-coloniales en que habita. Dicho sentimiento se manifiesta como un resentimiento soterrado y oculto, que se hace evidente en la forma en que tratan al no árabe, ya sea servil u hostil, que en definitiva es quien llega a la mezquita verdaderamente interesado en la religión como tal. Una situación distinta se percibe cuando el visitante es alguien adinerado o influyente, en cuyo caso se lo suele tratar con un temor y un servilismo palpable por los presentes, lo que no es sino otra forma distinta de manifestar el mismo resentimiento hacia el no árabe, común a la psicología de los pueblos perseguidos, conquistados o expatriados por la fuerza.
La situación es aún peor cuando el visitante es un aborigen, nativo de estas tierras. Las sociedades latinoamericanas se construyeron con la ocupación de sus tierras ancestrales, y los descendientes de árabes, en lugar de considerarlos compañeros por ser también víctimas del colonizador español, reflejan por estos nativos el mismo desprecio general que los colonizadores que les trajeron a estas tierras desde los países de Oriente. Esto trastoca los sentimientos del latino que visita las mezquitas, quien en muchos casos se acerca con un sentimiento de solidaridad y simpatía hacia los árabes por ser también un pueblo perseguido y despreciado por la cultura hegemónica occidental, europeista y cristiana, y acaba percibiendo a los árabes musulmanes como co-agentes de esa cultura europeista y activos militantes de la ideología del opresor.
Una vez convertido al Islam, la situación del visitante latino no mejora. Los árabes latinos comienzan a comportarse como sus autoridades, y presumen de ser y conocer aquello que el converso quiere alcanzar; por otro lado, el converso percibe en ellos una práctica de la religión más social que doctrinal, con un bajo cumplimiento de las normas morales de la religión en general.
Un ejemplo concreto del trato arrogante y displicente hacia el latino es una mezquita de Centroamérica, de la que se han recopilado docenas de quejas de visitantes que quisieron saber del Islam en los últimos tres años y quienes dicen haber sido mirados y tratados con desprecio, que se les contestó de malas maneras, o que fueron simplemente ignorados, o que escucharon al shéij expresarse en términos insultantes sobre la verdadera intención de las mujeres del país que venían a conocer la mezquita. En esta mezquita se percibe una diferencia notable en la forma en que tratan a aquellas personas que vienen a pie, con ropas modestas… a aquellas que llegan en un automóvil que revele una posición económica más acomodada. En una ocasión, un emigrado irakí a quien llamaremos Jalil y a quien tuvimos la oportunidad de entrevistar, cuya apariencia no se distinguiría de la de un latinoamericano de clase baja, fue a visitar esta mezquita un viernes, donde nadie lo recibió ni se acercó a saludarlo. Luego de haber realizado con ellos la oración de los viernes, finalmente alguien se le acercó y le preguntó de dónde venía. Cuando Jalil reveló que era irakí y demostró hablar el árabe con naturalidad, de golpe todos vinieron a saludarlo y fueron amables con él.
Esta comunidad árabe también escondió un caso escandaloso de violencia doméstica, en que el shéij desposó a una musulmana conversa latina, y en el curso de unos meses cambió su amabilidad impecable por insultos y maltratos, que tenían lugar en la mezquita a la vista de todos. Ella cuenta cómo el jefe de la comisión directiva de la mezquita, un árabe que ejerce la poco islámica profesión de ginecólogo, respondía sus quejas diciéndole: “Usted aquí no es nadie, cállese, usted no tiene derecho a nada”. El escándalo trascendió incluso las fronteras del país, y la latina conversa terminó con lesiones graves que le impidieron volver a tener hijos como resultado de las golpizas.
Pero quizás lo más desmoralizante para el converso y recién llegado, es notar que en su mayoría los descendientes de árabes profesan la ideología política de las clases altas católicas a las que rinden vasallaje. Esta ideología política es la de la derecha conservadora, que es la continuación natural en la era moderna de la ideología histórica del colonizador europeo tanto en Oriente como Occidente, cuyos máximos exponentes en el Este fueron las Cruzadas y la Inquisición, y en Occidente el genocidio o esclavitud de los pueblos nativos y la Quema de Brujas. Esta ideología es contraria a la historia, los intereses y la evolución de nuestras sociedades y naciones latinoamericanas, y profesarla implica de antemano adoptar una actitud hostil hacia los genuinos habitantes de estas tierras. Es por eso que comencé mi análisis mencionando que los primeros árabes musulmanes se establecieron en América Latina de la mano del colonizador español, y adoptaron un lugar en el esquema político y económico de las ciudades que éste fundó.
En el caso de algunos países, los descendientes de árabes en Latinoamérica militan abierta y descaradamente a favor de las clases altas capitalinas, de la Iglesia Católica y de sus gobiernos opresores, actuando y manifestándose en contra de la soberanía y liberación de los pueblos nativos que, luego de la consolidación de su sometimiento económico y político por el colonizador europeo, y al igual que el pueblo palestino, no han dejado de luchar contra la ocupación de sus tierras y contra el avasallamiento de su cultura, su lengua y sus derechos, en especial en los países en que son mayoría abrumadora como los países andinos. A simple vista, uno podría pensar que las comunidades árabes de Latinoamérica no han padecido nunca en carne propia la ocupación de sus tierras ni la invasión de sus países por parte de un colonizador europeo. Parecen desconocer u olvidar que los métodos represivos que los gobiernos de derecha y las dictaduras militares católicas han utilizado para perseguir a los movimientos populares latinoamericanos fueron desarrollados por el ejército francés al perseguir y torturar a sus hermanos musulmanes en Argelia, en lo que se conoce tristemente como “la escuela francesa (de torturas)” enseñada por la CIA a los altos mandos militares latinos en la Escuela de las Américas, ubicada en Panamá.
En Argentina por ejemplo, salvo excepciones, la mayoría de los descendientes de árabes fueron simpatizantes de la dictadura militar católico-fascista de Rafael Videla, que secuestró, torturó e hizo desaparecer a 30.000 estudiantes, obreros, sacerdotes y monjas cristianas activistas por los derechos de los pobres, periodistas e intelectuales, toda una generación de luchadores por los derechos de los desposeídos. Con el advenimiento de la democracia, estos descendientes de árabes se plegaron con entusiasmo al menemismo, el movimiento político del entonces presidente Carlos Menem (deformación de Mun’am), quien hizo apostasía del Islam y se convirtió al cristianismo para poder ser presidente. Carlos Menem continuó el plan económico de la dictadura militar de Videla, que consistió en la desmantelación de la industria nacional argentina, la precarización del trabajo asalariado, el remate del patrimonio nacional a capitales extranjeros, el saqueo de los recursos naturales y un severo recorte del gasto público en educación y salud; y naturalmente, una represión salvaje a los opositores políticos, que llegó a incluir multitud de asesinatos selectivos a testigos en casos de corrupción y golpizas a los ancianos y jubilados. Durante esa década, las páginas de los periódicos se llenaron con escándalos de corrupción con descendientes árabes involucrados llevados al poder por Carlos Menem, cuyo último y escandaloso caso fue el incendio del boliche bailable Cromagñón regenteado por Omar Chabán (Sha'bán), que provocó la muerte de 192 chicos.
Una situación similar se ha detectado en las comunidades árabes musulmanas de otras ciudades y países de América Latina. La filiación política del grueso de los descendientes de árabes en América Latina a menudo parece corroborar a la población latina la opinión que recibe a través de los medios de comunicación acerca del Islam y los musulmanes, percibiendo al Islam como una religión opresiva y supresora de derechos como es la católica, lo cual pone a la sociedad a la defensiva y en una fricción innecesaria con el Islam y la comunidad musulmana. Pero incluso aquellos criollos blancos descendientes de europeos de diversas clases sociales, que no sufren un desprecio tan notorio por parte de los descendientes de árabes, perciben también a muchos de estos como agresores o fanáticos, lo que contribuye a cimentar el rechazo y temor general que nuestros países sienten por el Islam.
Analizando la situación, no es muy difícil darse cuenta que la fidelidad y vasallaje que estos descendientes de árabes profesan por la derecha católica no son correspondidos en absoluto. Los católicos blancos de clase alta, tanto en Latinoamérica como en Europa, siguen despreciando y oprimiendo por igual a judíos, árabes y nativos americanos. Eso no ha cambiado quizás en 2.000 años.
Con el conflicto palestino-israelí, que es ajeno a las sociedades latinas, los musulmanes en todo el mundo hemos sentido la urgencia de combatir la invasión sionista a Tierra Santa, o “Israel”, que es como se ha llamado a esta nueva Cruzada europea contra Palestina. Aquí en Latinoamérica, la mayoría de los árabes presentes han trasladado sin reparos el conflicto a nivel nacional y han propiciado conflictos con comunidades o personas judías que no son israelíes ni apoyan el sionismo, expresándose en privado y a veces en público con un odio y desprecio notables por los judíos, impregnando las prédicas de los viernes con sus ideas políticas. Esto no ha hecho más que perjudicar aún más la inserción de la comunidad musulmana en las sociedades latinas y paralizar la casi inexistente difusión del Islam. En algunos casos han echado mano de métodos poco felices y hasta grotescos, manifestando en privado a los conversos algunas de las ideas racistas de la ultraderecha europea, haciendo apologías veladas del nazismo alemán, e insultando a los familiares de los presos políticos que han luchado contra el Terrorismo de Estado de las dictaduras militares católicas en Latinoamérica. Estos descendientes de árabes leen con devoción panfletos nazis como los "Protocolos de los Sabios de Sión", y luego enseñan a los visitantes un Islam inflamado de ideas nacionalistas, cuya meta principal pareciera ser tratar a los judíos como los trató la Inquisición Española, y olvidando que los racistas europeos siempre han tratado con el mismo desprecio al árabe que al judío. Este es un fenómeno bastante extendido y muy peligroso para la difusión del Islam en una sociedad preocupada por el extremismo y el fanatismo, por el cual ya ha habido enfrentamientos y disputas entre musulmanes conversos y árabes. No es de extrañar que alguno de los escasísimos conversos que han ingresado al Islam a través de las prédicas de algunos descendientes de árabes, sea un supremacista neonazi católico desclasado durante la crisis económica de los ‘90, como he podido constatar en Buenos Aires.
Todavía hoy en día, la mayoría de los descendientes de árabes en Argentina ven con simpatía el gobierno de Carlos Menem, a quien consideraron siempre un connacional y uno de los suyos.
Por ende, el rechazo hacia los conversos y a la población local está muchas veces basado en circunstancias completamente ajenas a los principios de la religión: por su baja clase social (pobres), por sus orígenes étnicos o religiosos, o por sus simpatías ideológicas previas, etc.
Después del atentado del 9/11, se produjo una mayor apertura de las sociedades orientales hacia Latinoamérica y un mayor interés de los latinoamericanos por el Islam, lo que provocó más conversiones al Islam, y esto acentuó este tipo de encuentros entre conversos y descendientes de árabes, signados por la incomprensión y el desencuentro. También se reavivó la vida general de las mezquitas, en las cuales los descendientes de árabes enfrentaron intentos de “democratización” al funcionamiento tradicional de sus mezquitas. Se han presenciado o recibido noticias de numerosas discusiones, bastante acaloradas, en las que los conversos protestaron y reclamaron una mayor participación en la vida de las mezquitas y una autoridad más tolerante, asamblearia e inclusiva. En todos los casos conocidos, los descendientes de árabes lucharon por conservar su posición tradicional de autoridad, percibiendo a los conversos como una amenaza y entendiendo a las mezquitas como su derecho y propiedad privada, y defendiendo en última instancia el carácter de “clubes árabes” que tienen muchas de estas mezquitas en su funcionamiento rutinario.
Muchas fundaciones, universidades y asociaciones islámicas pusieron su atención en América Latina en las últimas dos décadas. El gobierno de Arabia Saudita a través de la Universidad Islámica Muhámmed Ibn Sa'ud, por ejemplo, abrió en Buenos Aires el Centro Cultural Islámico y Mezquita Rey Fáhd, en un terreno céntrico cedido al gobierno de Arabia Saudita en un acuerdo, casualmente, firmado por Carlos Menem. En este centro islámico tuve la oportunidad de conocer algunos de los esfuerzos más comprometidos del mundo árabe con la difusión del Islam y la inserción de la comunidad musulmana en una sociedad latinoamericana. El trato hacia los conversos y recién llegados fue de suma generosidad y muy bueno en general, con un énfasis especial en la enseñanza de la religión y sin lugar para exaltar la nacionalidad ni el origen étnico de las personas.
Pero tanto en estas instituciones nuevas como en las ya preexistentes, las escasas políticas de da'wah han sido erradas y han carecido completamente de un estudio previo que considere las condiciones de la región y la gente a la que iba dirigido el mensaje. Bajo la intención de "unir a los musulmanes", entendiéndose por esto “unir a los descendientes de árabes en Latinoamérica”, muchas fundaciones e instituciones desalientan y hasta combaten la apertura de nuevas mezquitas, ofreciendo la extraña explicación de que “de esta forma los musulmanes se dividirán y que así se debilitará la concurrencia de las mezquitas ya existentes”. Pero tampoco "democratizan", ni "re-islamizan" a las mezquitas preexistentes, que siguen funcionando como clubes sociales, con integrantes de privilegio. ¿A donde va a educarse y reunirse el converso no árabe? ¿Qué ejemplo tiene de una práctica auténtica del Islam, desligada de la raza y la nacionalidad? La verdad es que no hay un Centro apropiado para el musulmán converso no árabe, quizás no lo haya en todo el continente latinoamericano. Para el converso, las mezquitas prestan servicios sólo como oratorio: no le sirven como centro de reunión ni educación, ni para planificar actividades ni para organizarse, ni siquiera en proyectos o micro-emprendimientos de da'wah. Cada proyecto que el converso inicia o propone es percibido por las comisiones directivas como un desafío y una amenaza a su autoridad. Pesa sobre él la eterna presunción de que no entiende el Islam como los árabes. Y ante la perspectiva de gastar dinero y hacer un largo viaje sólo para rezar, una porción importante de los musulmanes latinos eligen rezar en sus casas y no concurrir a las mezquitas. Si a esto le sumamos que a causa de las rencillas y rivalidades internas en el seno de la comunidad árabe, muchos de los descendientes de árabes no se toleran entre sí ni se dirigen la palabra y tampoco concurren a la mezquita, lo que tenemos como resultado son comunidades musulmanas como las que tenemos en la actualidad en nuestros países: desunidas, incapaces de difundir el Islam, rechazando y alejando a las gentes de la religión, sin el sentido de cohesión ni solidaridad propio de nuestra religión que enseñó el Profeta Muhámmad.
Esta política de evitar la proliferación de mezquitas es el peor enemigo que tiene la difusión del Islam hoy por hoy en América Latina. Es auto-castradora, tales musulmanes se están auto-castrando con esta política. Y tanto las fundaciones extranjeras que invierten en proyectos de difusión y seminarios como los descendientes de árabes están castrando a los recién llegados, que son los que tienen un verdadero entusiasmo por llevar el Islam a su sociedad y quienes saben en definitiva cómo hacerlo, quienes verdaderamente no hacen distinciones entre las diversas escuelas de pensamiento islámico o escuelas de jurisprudencia. Es cierto que los árabes no pueden abrir más mezquitas, porque no tienen más población propia para llenarlas, pero tampoco quieren colaborar en ninguna forma con mezquitas abiertas por conversos, donde no podrán controlar la orientación ideológica de la enseñanza religiosa. En realidad, en la mayoría de estas mezquitas se esconde el crudo interés de imponerse ante los musulmanes del país como los genuinos representantes del Islam, y de esta forma ser consultados y entrevistados por cada programa periodístico televisivo que requiere la opinión de los musulmanes, y ser así los receptores de las ayudas monetarias enviadas desde los países de Oriente, como becas de estudio y pasajes gratis para realizar la peregrinación, que en la mayoría de los casos se reparten entre los familiares de la comisión directiva.
En una conocida ciudad argentina, existe un caso extremo. Un anciano shéij, de quien se dice que posee un vasto conocimiento de las fuentes islámicas, posee una lujosa mezquita privada, con un bonito minarete y una bonita puerta doble de madera con la shahádah labrada en árabe. Jamás he rezado en ella un viernes, y no conozco a ningún hermano musulmán de esa ciudad en que viví que haya concurrido allí a celebrar la oración comunitaria del viernes (yumu’a). El shéij que la administra, según dice el resto de la comunidad, cobra una fabulosa donación del Estado Qatarí para su mantenimiento y viaja a Emiratos Árabes durante Ramadhán para enseñar y recitar el Corán por televisión abierta.
Este shéij es el hombre más grosero y maleducado que he conocido en mi vida. Y fue el primer musulmán que conocí, cuando ya había decidido ingresar al Islam.
En una oportunidad, dos jóvenes imames de la Universidad Muhámmad Ibn Sa’ud estaban de visita en esa ciudad, y le pidieron a un hermano musulmán que los llevara a conocer a este shéij. El hermano habló con este shéij por teléfono y él aceptó recibirlos. Como yo estaba presente, como se dice aquí en mi país “me colé”, es decir, concurrí a la reunión sin que me invitaran, principalmente motivado por la curiosidad de conocer a tan legendario shéij. En aquellos tiempos mi dominio de la lengua árabe era casi nulo, y el anciano shéij, viéndome de la misma edad que los jóvenes imames y con una barba tupida, me confundió con uno de ellos y me hizo una profunda reverencia, invitándome en árabe a pasar. Me miraba animosamente, al igual que a los dos imames, creyendo sin duda que yo le entendía cuando hablaba en árabe. No pasaron más de unos minutos hasta que me sinceré y le dije que yo no hablaba árabe, y que había venido con ellos porque tenía curiosidad de conocerlo. Le recordé que ya lo había visitado anteriormente, cuando yo intentaba convertirme al Islam (ocasión en la cual me dijo que fuera a islamizarme a la Sociedad Árabe Musulmana, de la que él mismo opinaba que era un antro de corrupción por los bailes que allí se organizaban, y me cerró la puerta en la cara). El gesto de su rostro cambió automáticamente a una expresión de disgusto cuando se dio cuenta que no era otro imam saudí, y no volvió a mirarme prácticamente en toda la reunión.
Durante las largas conversaciones, incomprensibles pero fascinantes para mí, observé a un hombre de unos 35 ó 40 años, obeso, parado rígidamente en un rincón, que había traído el té. Parecía un sirviente de la Edad Media, y no parecía que se le tratara muy bien, más bien me dio pena su actitud. Era un espectáculo que no había visto jamás en mi país, un hombre de su edad, de pie en un rincón como si fuera un niño regañado esperando a que le den una orden, y me pareció que ya estaba muy mayor para estar allí parado sin sentarse, en una habitación llena de asientos cómodos y almohadones. Pero mi asombro y pena por él sobrepasaron lo imaginable cuando supe dos días después que era nada menos que el hijo del shéij. Me pregunté a mí mismo, ¿qué sabiduría puede tener un hombre tan grosero, que trata a su propio hijo como un sirviente?
En mi casa cuando yo era chico, mi mamá que es atea, contrataba a una señora indígena que le ayudaba a limpiar la casa y a cocinar, y la trataba como a un miembro de la familia y nos exigía respetarla. Ella se sentaba a la mesa con nosotros durante el almuerzo y participaba de todas nuestras conversaciones. Cualquier visitante habría pensado que era nuestra tía si no fuera por el color de su piel, que era morena.
Cuando terminó la reunión, el shéij abrió su garaje y sacó a la calle una lujosa camioneta 4x4, e invitó a los jóvenes imames saudíes a subir para llevarlos a su hotel. Me quedé parado junto a ellos, esperando que me reconocieran y me invitaran a subir. Eran las 9:30 de la noche, y estábamos a más de 4 kilómetros del centro de la ciudad, en una calle oscura y poco iluminada, en un barrio plenamente desconocido para mí. El hermano musulmán que trajo a los imames saudíes le preguntó al shéij “si no les hacía el favor de llevarme hasta el centro de la ciudad”, para que me volviera a mi casa. El shéij respondió: “No, él que se vuelva caminando”. Se apresuró a subir a la camioneta, arrancó y se fue, sin siquiera saludarme ni darme el salam.
Este fue el primer musulmán que conocí, un “shéij de vasto conocimiento”, según decían. Afortunadamente, yo ya había conocido lo suficiente del Islam para saber que nadie me podía echar de la religión ni “excomulgar”.
Otro caso testigo que ejemplifica el trato de los descendientes de árabes hacia los no-árabes, es el de una ciudad argentina:
La Sociedad Islámica de esta ciudad contaba (cuenta todavía, según sé) con una comisión directiva integrada por hombres mayores descendientes de árabes, cuya actividad e interés principal no es la religión sino una empresa familiar. Han presidido la asociación históricamente y son incapaces de validar sus puestos o someterlos a la consideración meritoria, ni ofrecer la asociación como centro para organizar actividades que no sean iniciativa de su autoridad. Antes de la apertura del Centro Cultural Islámico de Palermo en Buenos Aires, esta Sociedad Islámica mostraba como todas en el país, una actitud hostil hacia la población latina y hacia los conversos en general, en casos particulares se acosaba o prohibía la entrada a algunos de ellos. Por eso, un grupo muy activo de musulmanes conversos, la mayoría estudiantes y profesores universitarios, se reunieron y armaron sucesivamente varios proyectos por fuera de la comunidad principal de la mezquita. Este grupo creció, pero nunca contó con ningún apoyo concreto ni los recursos necesarios siquiera para alquilar un local como oratorio. Durante un seminario islámico en el Centro Islámico de Palermo, en el que yo estuve presente, uno de los principales de este grupo de conversos universitarios, el hermano 'Ali, se quejó abiertamente ante las autoridades de este Centro Islámico por la situación que se vivía en la Sociedad Islámica de su ciudad, ya que uno de los integrantes de la comisión directiva estaba allí presente. Escandalizó su historia: la comisión directiva había estado presidida por un libanés druso que tenía problemas de comportamiento y traía "gente extraña" a vivir en la mezquita. Su denuncia fue tan radical y confirmada por otros hermanos de esa ciudad allí presentes, que el Centro Islámico de Palermo, regenteado por los saudíes, decidió intervenir. Pero su autoridad en realidad estaba limitada, porque ante los Estados de Occidente, las mezquitas tienen el estatus de fundaciones, y sus terrenos son propiedades privadas. Y si las mezquitas no se rigen por la ley islámica ni por ninguna ley ética, sino por los caprichos de un propietario egoísta y celoso de su parcela, las leyes de un país liberal y capitalista no ayudarán a resolver eso, mucho menos aún exigir a una comisión directiva de musulmanes que respeten una ley que es ajena a la del Estado. Por lo tanto la única autoridad que tenía este Centro frente a la Sociedad Islámica de esa ciudad quizás, era su influencia moral o religiosa.
La intervención trajo pobres resultados que fueron difundidos como más de lo que eran. La comisión directiva de la Sociedad Islámica se “reacomodó” y se comprometió a no rechazar a más musulmanes en su mezquita, acoger amablemente a este grupo "díscolo" de universitarios conversos, y a mantener un decoro islámico. Pero los descendientes de árabes siguieron atornillados a su sillón en la comisión directiva: nada cambió. El ejemplo del Profeta (P y B) de una organización asamblearia honorable que acoge la opinión de todos y elige a sus líderes en consideración al mérito, siguió ausente y abandonado en esa Sociedad Islámica. Incluso se supo luego que el Centro Islámico de Palermo le entregó a la asociación becas para viajar a Arabia Saudita a hacer el háyy (la peregrinación), las cuales la Asociación repartió entre sus allegados y familiares y el resto las dejó vencer sin que ningún musulmán pudiera aprovecharlas, para no repartirlas entre la comunidad de conversos.
Concientes y no conformes con todo esto, este grupo de universitarios conversos se reorganizó nuevamente: intentaron abrir una biblioteca y hasta una escuela islámica en esa ciudad, con el apoyo de algunos integrantes de una fundación turca. Y llegado el caso, pidieron nuevamente el apoyo del Centro Islámico de Buenos Aires para lograr la personería jurídica. La respuesta del director del Centro fue categórica y humillante:
"El Centro no apoyará la proliferación de grupos de musulmanes de dudosa filiación religiosa e ideológica".
Esto desbarató nuevamente los proyectos de da'wah de estos jóvenes musulmanes, y hasta hoy no he vuelto a tener noticias de algún otro proyecto de ellos, más que de una página web gratuita. Al parecer, el Centro Islámico de Buenos Aires hizo algunas averiguaciones sobre este grupo de musulmanes universitarios, y descubrió que entre ellos había sunnitas de diferentes corrientes, sufíes, y hasta shi'as. Efectivamente, la política de este grupo era unir verdaderamente a los musulmanes, lo cual no pareció agradar en lo más mínimo a las autoridades del Centro Islámico, porque los musulmanes que estaban intentando unir no eran árabes, o al menos no eran sunnis. Para eso basta preguntarse qué habría sucedido si un grupo de empresarios sirio-libaneses hubieran pedido el mismo apoyo al Centro Islámico de Palermo en Buenos Aires, entre los cuales hubiera algún próspero comerciante ‘alawita.
En mi humilde opinión, si los musulmanes verdadera y honestamente queremos difundir el Islam en América Latina debemos adoptar el compromiso exactamente opuesto: debemos apoyar la proliferación de cualquier grupúsculo de musulmanes que quiera armar proyectos de difusión o fundación de instituciones, de las más diversas y filiaciones doctrinales e ideológicas. Muchos de los hermanos musulmanes sálafis más conocidos en Buenos Aires llegaron al Islam a través del shi’ismo duodecimano e incluso del bahaísmo.
Esta política de apoyar la proliferación de musulmanes y mezquitas es la correcta, en un tiempo en que la Iglesia Católica pierde adeptos cada año y los latinoamericanos de todas las clases y razas se están preguntando qué es el Islam.
El ejemplo más evidente de esto es el crecimiento del evangelismo en América Latina, que viene absorbiendo exitosamente a los fieles que abandonan el catolicismo desde hace más de dos décadas. ¿Qué habría pasado con las iglesias evangélicas si sus autoridades se negaran "a apoyar la proliferación de cualquier iglesia o grupo evangélico de dudosa filiación doctrinal"? ¿Estarían hoy en día los barrios de todas las ciudades de Latinoamérica salpicados de iglesias evangelistas cada dos o tres cuadras en un mismo barrio? ¿Para qué estamos luchando los musulmanes: para imponer nuestros propios fines egoístas y nuestra propia doctrina de pensamiento religioso, o luchamos por la difusión general del Islam, en realidad? La respuesta a esta pregunta es natural: hay una política de egoísmo instalada, y un miedo mortal a perder la influencia y el control ideológico de las comunidades. Las comunidades son de la filiación ideológica y doctrinal de la escuela o mezquita que más generosidad, apoyo y tolerancia les muestre. Si el Estado iraní aplicara mañana esta política de apoyo a los musulmanes en general en Argentina, en el lapso de unos años el grueso de los musulmanes del país serían duodecimanos.
Los descendientes de árabes enquistados en las comisiones directivas de nuestras mezquitas sepultarían a sus comunidades antes de ceder la diminuta posición de control y autoridad que tienen, que no va más allá de sus puertas. Y las organizaciones de Oriente están demasiado preocupadas porque la versión del Islam que se difunda sea la suya. En estas circunstancias, la difusión del Islam en América Latina es todavía un sueño lejano e irrealizable.
Quizás una excepción a la regla es el notable ejemplo de la comunidad musulmana de nativos tzotziles en la localidad de Chiapas, México.
Pero salvo contadas excepciones, la cruda verdad es que no hay ninguna mezquita u institución conocida que difunda organizada y concienzudamente el mensaje del Islam por la causa de Allah en América Latina. Quienes tienen la capacidad y la organización, carecen del apoyo y los recursos. Quienes tienen los recursos, no tienen la capacidad. Quienes reciben el apoyo, no tienen interés en la difusión sino sólo en apropiarse de los recursos.
Como editor y traductor he podido corroborar que sólo una exigua minoría del material de difusión en español que publican las principales páginas web islámicas está compuesto por shéijs o musulmanes conversos o americanos, y ninguno de esos artículos toma en consideración los intereses y necesidades de las comunidades musulmanas latinas, ni tiene conocimiento de la situación socio-política de nuestras sociedades. El grueso de ese material está traducido directamente del árabe y compuesto por prestigiosos shéijs sálafis de Oriente que emiten opiniones legales que sólo son válidas y apropiadas para sus países, y con un bajísimo nivel cultural en todos los campos políticos, sociales y científicos del conocimiento moderno en los que el público culto latinoamericano está educado. Es habitual leer a prestigiosos shéijs árabes exponiendo los principios del Islam, que cuando mencionan a las ciencias dicen cosas como “la agricultura es una ciencia que estudia el crecimiento de las plantas, las frutas y las cosechas” o “la genealogía estudia la forma de los animales y del ser humano”.
Quizás una de las pocas felices excepciones que haya visto en este campo es el International Institute of Islamic Thought de Washington, que, naturalmente, no es Latinoamericano sino Norteamericano.
Éste es el resultado más elocuente de la clase de proyectos que los occidentales conversos al Islam pueden llevar a cabo por la difusión de esta religión cuando cuenta con los recursos y el apoyo apropiados.
El Islam necesita pueblos jóvenes que puedan aportarle nuevos recursos, nuevos enfoques, y una práctica y entusiasmo renovados.
Con estas observaciones, no es mi intención argumentar que los conversos latinoamericanos carezcan completamente de egoísmos partidistas o nacionales ni que serían incapaces de tomar actitudes autoritarias de este tipo al regentear mezquitas o instituciones islámicas. Como se ha revelado antes, algunos de los conversos latinos no se sintieron atraídos por los principios del Islam sino por las prédicas anti-judías de algunos descendientes de árabes. Pero se percibe en la gran mayoría de ellos en general dos cualidades que les permiten difundir el Islam individualmente con mucha más eficiencia que las mezquitas de descendientes de árabes o las fundaciones orientales: en primer lugar, el entusiasmo.
La literatura y la historia han registrado casos notables de aquello que se ha dado en llamar “la fe de los conversos”. Nadie tiene más entusiasmo por dar a conocer una religión que aquella persona a la cual le ha cambiado la vida radicalmente. Y en segundo lugar, un conocimiento mucho más apropiado del idioma, las costumbres y la cultura de sus connacionales, imprescindible para transmitir eficientemente a la población local cualquier conocimiento de la religión, sea mucho o poco, y la capacidad para responder todas las preguntas de índole político o humano que interesan al público. Porque si hablamos a la gente del Islam, harán muchas preguntas incómodas. Y no respondérselas es garantía de no ser escuchados. Este es un factor fundamental en la difusión del Islam en América Latina que las fundaciones de Oriente no han sabido apreciar, y es la causa del fracaso o escaso alcance de sus proyectos de difusión. La política general de las fundaciones de Oriente ante estos casos, suele ser la autocensura.
En resumen, considero que no se puede dar a conocer con éxito el mensaje del Islam en América Latina si no se conoce bien el Islam, o no se conoce bien América Latina. Hay que conocer ambos campos para ser eficiente. Y este es el mayor obstáculo. Los shéijs traídos por las fundaciones de Oriente ni siquiera hablan español, mucho menos comprenden la realidad de las personas a las que se dirigen. Los musulmanes conversos latinoamericanos conocen bien la realidad Latinoamérica, la lengua y la cultura, y se educan generalmente de manera autodidacta para explicar el Islam a sus connacionales practicando la da’wah de manera individual, y sin más recursos que un pasaje en autobús y algunos libros gratuitos. Pero aún cuando sus conocimientos del Islam sean aceptablemente correctos y profundos, las fundaciones de Oriente tienden a patrocinar sólo a sus shéijs y profesores, revelándose incapaces de establecer algún grado de acuerdo o cooperación con los conversos locales, dando continuidad a esa injusta presunción generalizada de que para conocer el Islam hay que ser árabe y haber nacido en “Musulmania”.
Una feliz excepción a esta situación fue un asombroso seminario de ciencias islámicas que dictó el Centro Islámico Rey Fáhd en Buenos Aires, en el cual los profesores fueron escogidos íntegramente entre los conversos egresados de universidades islámicas. Su éxito fue rotundo, y el entusiasmo de los musulmanes latinos al contar con explicaciones detalladas en su propio lenguaje fue palpable, corroborando el criterio anterior.
Las mezquitas árabes de América Latina no muestran generalmente interés alguno en la difusión, ni permiten ser utilizadas para ello por musulmanes que no sean de su círculo exclusivo. El camino del converso se revela entonces como un camino solitario, encontrando sólo puños donde debería encontrar manos abiertas. Es un extraño entre sus compatriotas por haber escogido una religión extranjera y ajena a su cultura. Y es un extraño entre los árabes por no hablar su idioma y no gozar de su confianza. Bienaventurados sean los extraños.
Una de las normas de conducta que el Profeta (P y B) recomendó a sus compañeros al enviarlos a difundir el mensaje del Islam es aprender a conocer y escuchar a aquella persona a la que se le expondrá el mensaje. Ninguna persona puede sentirse respetada cuando se le hace sentir que lo que tenga para decir no nos interesa, o cuando nuestro mensaje hacia ella demuestra un total desconocimiento de su situación. Es precisamente en este punto en el que fracasan la gran mayoría de las exposiciones que los shéijs y profesores de Oriente hacen del Islam en el mundo de habla hispana. No logran hacer sentir al público que son comprendidos ni escuchados. Esto se palpa tanto en la enseñanza personalizada de los shéijs árabes en las mezquitas, como en los artículos de los shéijs traducidos al español y publicados en internet para su difusión.
La unidad de los musulmanes sólo puede lograrse aceptando su diversidad y con mutua cooperación.
Dijo nuestro Profeta (P y B): "La misericordia es la reunión de gentes", y también: "La mejor de las reuniones, es la que acoge a todo el mundo". Este ejemplo está completamente ausente en la situación que acabamos de describir, en la mayoría de las mezquitas de América Latina, y todavía está ausente en algunas de las fundaciones interesadas en difundir el Islam en América Latina.
Los musulmanes conversos seguirán aspirando a fundar sus propias mezquitas, musállas, oratorios, bibliotecas y centros de difusión. Inevitablemente, lo harán con un enfoque del Islam propio e independiente, que seguramente tratarán de abrevar de las fuentes auténticas dejando de lado las tradiciones culturales de las sociedades de Oriente. A la larga tenderán a desarrollar una jurisprudencia propia, apta para estas sociedades y sensible a sus problemáticas, recurriendo a la tradición jurídica de los antiguos imperios musulmanes sólo como referencia, no como solución única. Una obra que se lleva a cabo con errores es mejor que un proyecto perfecto que nunca ve la luz ni se concreta.
De algo podemos estar seguros: Latinoamérica es hoy en día una potencia política mundial, la única región del mundo con movimientos populares organizados que buscan soluciones a sus problemas políticos a través de la política o la religión. Y si algún día toda Latinoamérica, que ha forjado su historia combatiendo a los opresores, a los colonizadores y a los tiranos, abandona la religión del colonizador europeo y abraza el Islam, va a depender de los latinoamericanos, no de los árabes, ni de los turcos ni de los persas.
La mejor manera en que las fundaciones de Oriente pueden colaborar con la difusión es respetando a esta sociedad y haciéndola sentir comprendida y escuchada, y haciéndoles sentir a los musulmanes no árabes que se respeta su independencia ideológica, cultural y jurídica. Porque es cierto que la mayoría de las actitudes descriptas en este tratado son percibidas por los latinoamericanos no árabes como intentos de dominación. Los cristianos están abandonando la Iglesia precisamente porque están cansados de la dominación y la opresión, y no van a cambiar el autoritarismo tradicional de la Iglesia Católica por otro autoritarismo tradicional árabe-islámico.
Ruego a Dios que estas reflexiones sean de beneficio para que los musulmanes se despierten, que Dios perdone las faltas de todos los musulmanes y nos guíe por el camino recto. Amín.
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2 comentarios:
La bandera de Uruguay está sobre el mapa de Paraguay y viceversa en la ilustración. Gracias
Por favor, hace 4 años os han dicho que las banderas de paraguay y urugyat están mal. Y es ehora e cambiarlas por RESPETO
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