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Oí al Mensajero de Dios -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, diciendo:
«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».
Lo transmitió Muslim.
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lunes, 1 de marzo de 2010
El dolor de ya no ser.
TEMAS DE DEBATE: LA CRISIS ECONOMICA DE EUROPA
Portugal, Irlanda, Grecia y España son señalados como los grandes culpables de la debacle europea. Los especialistas analizan la responsabilidad de esos países y van más allá, vinculando la crisis con los fundamentos que guiaron la conformación de la Unión.
Margaritas a los PIGS
Por Ramiro Manzanal *
Ahora son “cerdos”. Hasta hace un par de años algunos de ellos eran mostrados como ejemplos para el mundo, hacedores de milagros que sólo el capitalismo puede concebir. Hoy son apuntados como los grandes culpables de la debacle de la zona euro. Se trata del grupo de países que los mismos que propiciaron la crisis internacional han decidido denominar PIGS, sobrepasando el límite del buen gusto. Así es el peyorativo acrónimo en inglés para Portugal, Irlanda, Grecia y España. Lejos quedó el tiempo de, por ejemplo, el milagro irlandés, o el milagro español. Ahora se trata de economías irresponsables, miradas con desprecio por los mismos que ayer las exhibían orgullosos.
Sucede que estos cuatro países han llegado a límites insostenibles en sus déficit fiscales, poseen elevados niveles de endeudamiento y un fuerte desempleo. Poco importa si de los dieciséis países de la eurozona sólo trece cumplen con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que limita el déficit fiscal a 3 por ciento del PBI y la deuda a 60 por ciento. O si Alemania fue la primera nación en incumplir los límites. Grecia, principalmente, es ahora el centro de un ataque especulativo por parte de gestores de hedge funds de Estados Unidos y del Reino Unido. Su déficit es del 12,7 por ciento del PBI y su deuda de 113 por ciento; son cifras que ahora salen a la luz y que habían sido ocultadas con la complicidad de bancos de inversión como Goldman Sachs, que colaboró con el gobierno griego permitiéndole encubrir una importante parte de su deuda.
Sin embargo esto es sólo una parte de la historia. Durante 2009, y en medio de la crisis internacional, la cotización del euro con respecto al dólar creció hasta tocar 1,50 dólar por euro. El continente estaba en recesión y el euro sobrevaluado. El Banco Central Europeo no operó durante ese período sobre la cotización del euro para fijarla en niveles acordes con la situación, ya que su carta orgánica se lo impedía. Además, no sólo posee una cláusula de no bail out, es decir que no puede salir al rescate de ninguno de los Estados que forman parte del euro, sino que ha cerrado el año pasado la posibilidad de otorgar créditos para los bancos, a cambio de bonos de los Estados aun de baja calificación crediticia, a una tasa de interés del uno por ciento. Grecia, y también los otros, enfrentan ahora no ya la rigidez del BCE, sino la dificultad de no tener una moneda y un banco central propios, de resignar su política monetaria y cambiaria. De contar con esas herramientas, podrían devaluar su moneda, o antes bien podrían haber administrado su cotización durante la crisis y coordinado su política monetaria con la política fiscal, de manera de por lo menos amortiguar las consecuencias que hoy soportan.
La situación es tal que los países de la Unión Europea no sólo no parecen estar dispuestos a salir al rescate de Grecia, sino que, una vez más, la “brillante” salida propuesta por la UE y el FMI radica en un brutal y poco original ajuste. Así, en Grecia, el plan para reducir su déficit fiscal hasta el límite del 3 por ciento para 2012 incluye recorte de salarios, flexibilización laboral, incremento de la edad jubilatoria y aumento del IVA.
Llegamos entonces a un escenario que presenta una combinación de tipo cambio sobrevaluado con imposibilidad de devaluar, un inmanejable déficit fiscal, alto endeudamiento y desempleo creciente en medio de un contexto recesivo. Sazonado con exigencias de un ajuste de gran magnitud por parte de lo mismos actores que fueron corresponsables de la situación, que en el pasado los ponderaban como ejemplo a seguir, y que hoy les dan la espalda. Sí, es posible remitirse a la situación argentina de 2001. Aunque con varias y marcadas diferencias, los puntos de contacto son palpables. La Argentina, que finalmente sí pudo valerse del recurso de la devaluación, transitó una salida de la crisis de todos modos traumática. Para Grecia (y los otros) el panorama no es más benévolo. Ninguna de las tres opciones que parecen barajarse, por separado o de manera combinada, está cerca de ser venturosa: el ajuste terminará profundizando gravemente la recesión, una eventual salida del euro podría tener implicancias globales que la afecten directa e indirectamente, y una cesación de pagos, con derivaciones negativas de magnitud sobre los bancos europeos, seguramente sería castigada con el ostracismo.
Las consecuencias, cualquiera que fuere la forma que adoptare el desenlace, serán afrontadas por el pueblo griego. La fiesta del capital financiero, que paradójicamente ahora llama cerdos a los destinatarios de sus ataques especulativos y que en su momento desembocó en la crisis internacional, seguirán pagándola los mismos de siempre. Se trata de trabajadores que quedarán sin trabajo, de familias que se sumirán en la pobreza, de seres humanos que verán sus sueños destrozados. Personas, de carne y hueso, con nombre y apellido, siempre es bueno recordarlo, porque de eso se trata.
* Economista de AEDA.
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Una falla de origen
Por Fabián Amico *
Como dice el politólogo brasileño José Luis Fiori, si fuese posible jerarquizar los sueños, la creación de la Unión Europea estaría entre los más importantes del siglo XX. Podría agregarse que la unidad europea, en el terreno económico, se constituyó también en el parámetro “natural” (ortodoxo) para juzgar todo proceso de integración, como el Mercosur. La imagen de un bloque moderno y eficiente, desafiante de la hegemonía norteamericana, comenzó a construirse cuando los estados europeos decidieron abdicar parte de sus soberanías nacionales, para crear una comunidad económica y política supuestamente inclusiva, armoniosa, sin discriminaciones ni hegemonías. Era un verdadero milagro. Y hoy ese milagro se derrumba. Surge la pregunta: ¿no era el Euro el que iba a reemplazar al dólar como moneda internacional de reserva? A su vez, esto no deja de tener un interés didáctico para los latinoamericanos que, en muchos análisis y discursos pro-integración (desde el Mercosur hasta el Alba) insisten en plantear erróneamente la unificación monetaria (o cambiaria) como paso necesario y previo de la unificación política y comercial.
Grecia y España son aquí sólo emergentes de un proceso más profundo. Las razones económicas del fracaso europeo se relacionan con los fundamentos que guiaron la unificación política. Se utilizó la integración monetaria como un catalizador para la unificación política. En suma, una unificación en clave monetarista. Pero el intento era lógicamente inconsistente. La integración monetaria, sin una autoridad conjunta sobre el poder presupuestario y un balance de pagos común, dañaría más que mejorar la cohesión de la unión, debido al impacto diferencial de la política monetaria sobre los miembros. Además, impondría forzosamente políticas restrictivas para mantener el esquema institucional adoptado.
Restauración prekeynesiana mediante, la unidad europea se fundó sobre los principios de la libre movilidad del capital, la independencia estricta del banco central y la renuncia a la soberanía monetaria y fiscal. La racionalidad última de estas creencias era que las variables reales son inmunes a la política monetaria. Además, la liberalización del flujo de capitales era vista como fuente de “disciplina” sobre el gasto público, porque impedía la monetización y/o la financiación del déficit a bajas tasas de interés.
Según el saber convencional, estas fuentes de disciplina deberían redundar en un ratio deuda/PIB decreciente. Sin embargo, tras la “irrevocabilidad” de los tipos de cambios fijos entre países, la liberalización de capitales implicó tasas de interés persistentemente altas en la mayor parte de Europa. Y esto produjo el resultado opuesto: subió la relación deuda pública-producto, provocando agudas astringencias fiscales y forzando la búsqueda de altos superávit públicos, lo que a su vez fue deprimiendo la demanda doméstica y aumentando el desempleo que hoy ronda el 10 por ciento en promedio en la eurozona.
La movilidad de capitales, con tipos de cambio fijos, impuso altas tasas de interés domésticas para atraer esos flujos. Pero la política fiscal no puede ser independiente de la tasa de interés, cuyo nivel tiene un fuerte impacto fiscal y en la situación distributiva. La apertura financiera tiene fuertes repercusiones distributivas a través de la persistente presión hacia el aumento de los excedentes fiscales para financiar los mayores pagos de intereses impuestos sobre las deudas públicas. Tales esfuerzos, a su vez, llevan a imponer mayores impuestos sobre los trabajadores y/o el consumo, ya que una tributación progresiva, con mayor carga sobre las ganancias domésticas, puede inducir fugas de capitales. Por eso, ya es una regularidad empírica que los controles de capitales aparezcan asociados con menores tasas de interés y mayores niveles de empleo.
En este círculo vicioso se encuentra hoy el experimento europeo. La creciente conciencia de estos problemas de base y la resistencia social al ajuste derivado del arreglo institucional de la eurozona, van generando una actitud crítica creciente respecto del proyecto de integración europea en su conjunto. Ya hubo avisos importantes con los estallidos de fuertes protestas sociales en Francia y Alemania entre 1995 y 1996.
Las recomendaciones de Maastrich para la crisis actual son tan simples como las que proclamaba la convertibilidad argentina de los noventa: un plan de “consolidación” (ajuste) fiscal “creíble”, drásticos recortes del gasto público para sustituir las subas de impuestos, logrando una devaluación interna mediante fuertes reducciones salariales y “reformas estructurales” que aporten competitividad. Es decir, ajustar toda la economía y el nivel de vida de la sociedad para que encajen en el “ropaje” institucional adoptado. Pero es un pozo sin fin. Keynes comparó la riqueza privada con el arcón de una viuda, que permanece sin vaciarse por mucho que se gaste, para ejemplificar la idea de que es el gasto agregado, y no el ahorro, el que gobierna el crecimiento de la riqueza. En cambio, alertó, el intento de poner las cosas al revés tendría funestas consecuencias prácticas: cuando los gobiernos contribuyen a reducir el flujo de gasto, entonces la riqueza privada se convierte en una Jarra de Danaíd que jamás podrá llenarse.
La necesaria emancipación de las ilusiones de Maastricht no será tarea fácil. Hace falta romper con la restauración teórica prekeynesiana que todavía gobierna las ideas económicas desde hace más de veinte años y que fundamentaron el experimento de integración europea ahora en gradual desintegración. Y por supuesto, ello deberá ir de la mano de un cambio –hoy demasiado lejano– en las aptitudes políticas de una comunidad regional caracterizada por una creciente xenofobia, con izquierdas o socialdemocracias en bancarrota intelectual, con despliegue del nacionalismo fascista y con los europeos de a pie encerrados en sí mismos, a punto de salir a las calles pero temerosos de perder lo poco que les queda.
* Economista de UNLU y revista Circus.
http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-141203-2010-03-01.html
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