Leía la noticia de la camarera que publicó la fotografía de sus pies sangrando luego de un extenso día de trabajo en un restaurante de Canadá.
Ella explica que mientras a las mujeres se les obliga a comprar un uniforme de $30 USD y llevar tacones de al menos una pulgada de alto, los varones pueden ir vestidos con su guardarropa normal y los zapatos que deseen.
Al jefe de ella no le importó cuánto sangraran sus pies y le informó que el lunes siguiente debía volver a llevar el mismo calzado.
Toda una tortura sin duda alguna que demuestra el nivel de esclavitud moderna en el que nos encontramos ya no solo como mujeres sino cualquier trabajador en general.
Luego, después de maldecir al jefe de la camarera y sus políticas sexistas, autoexaminé mis hábitos de vestimenta y no salí bien librada ya que, aunque nunca nadie me obligó a usar tacones altos, durante muchos años los llevé pasando por toda clase de torturas (inclusive para estar en casa).
Es cierto que con tacón alto, la mujer adquiere una postura algo más firme y hasta sensual si los sabe usar, otras en cambio, parecemos loras caminando en mosaico y hacemos ridículos de padre y señor mío para mantener el equilibrio con plataformas tipo Lady Gaga y otros por el estilo.
Con el tiempo, fui cambiando y aunque ahora conservo un par, mi calzado preferido ahora es el deportivo o con el que me sienta más cómoda.
Ir liberando poco a poco las cadenas que tanto la sociedad como nosotras mismas nos hemos impuesto no resulta para nada fácil pero hay que intentarlo.
Detalle a detalle, iremos marcando nuestra pauta, para que, estimadas mujeres, nuestra huella por el planeta sea más que el sonido de unos tacones altos, el paso firme de la mujer que ya libre de prejuicios, empoderada y feliz; logra retomar su destino y preferencias para poder ser ella misma y calar de esta manera en una sociedad caníbal que olvidó practicar la humanidad de la que tanto nos jactamos.
Ahora inclusive, volví a mis tiempos de la niñez en los que era feliz andando descalza. De vez en cuando también me libero y doy caminatas por el césped o la tierra pura, lo cual, me conecta de nuevo con la Madre Tierra y me permite echar las raíces que hace tiempo yo misma había cortado preocupada por el qué dirán.
Lo que me importa ahora es: Qué dice la niña interior que guardo en mí, le permito juguetear, que haga lo que mejor le plazca y confío plenamente en su ingenuidad e inocencia.
Y así, soy feliz.
Rashida Jenny Torres
Musulmana costarricense.
Ella explica que mientras a las mujeres se les obliga a comprar un uniforme de $30 USD y llevar tacones de al menos una pulgada de alto, los varones pueden ir vestidos con su guardarropa normal y los zapatos que deseen.
Al jefe de ella no le importó cuánto sangraran sus pies y le informó que el lunes siguiente debía volver a llevar el mismo calzado.
Toda una tortura sin duda alguna que demuestra el nivel de esclavitud moderna en el que nos encontramos ya no solo como mujeres sino cualquier trabajador en general.
Luego, después de maldecir al jefe de la camarera y sus políticas sexistas, autoexaminé mis hábitos de vestimenta y no salí bien librada ya que, aunque nunca nadie me obligó a usar tacones altos, durante muchos años los llevé pasando por toda clase de torturas (inclusive para estar en casa).
Es cierto que con tacón alto, la mujer adquiere una postura algo más firme y hasta sensual si los sabe usar, otras en cambio, parecemos loras caminando en mosaico y hacemos ridículos de padre y señor mío para mantener el equilibrio con plataformas tipo Lady Gaga y otros por el estilo.
Con el tiempo, fui cambiando y aunque ahora conservo un par, mi calzado preferido ahora es el deportivo o con el que me sienta más cómoda.
Ir liberando poco a poco las cadenas que tanto la sociedad como nosotras mismas nos hemos impuesto no resulta para nada fácil pero hay que intentarlo.
Detalle a detalle, iremos marcando nuestra pauta, para que, estimadas mujeres, nuestra huella por el planeta sea más que el sonido de unos tacones altos, el paso firme de la mujer que ya libre de prejuicios, empoderada y feliz; logra retomar su destino y preferencias para poder ser ella misma y calar de esta manera en una sociedad caníbal que olvidó practicar la humanidad de la que tanto nos jactamos.
Ahora inclusive, volví a mis tiempos de la niñez en los que era feliz andando descalza. De vez en cuando también me libero y doy caminatas por el césped o la tierra pura, lo cual, me conecta de nuevo con la Madre Tierra y me permite echar las raíces que hace tiempo yo misma había cortado preocupada por el qué dirán.
Lo que me importa ahora es: Qué dice la niña interior que guardo en mí, le permito juguetear, que haga lo que mejor le plazca y confío plenamente en su ingenuidad e inocencia.
Y así, soy feliz.
Rashida Jenny Torres
Musulmana costarricense.
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