Perdí un teléfono pero gané una hija.
Aunque desde hace varios años le había facilitado a mi hija un teléfono celular debido a que yo trabajaba fuera de la casa y necesitaba comunicarme con ella mientras estaba ausente, fue hasta hace unos meses en que comencé a notar un cambio grande en mi hija de 12 años.
La costumbre me hizo no retirarle el teléfono sobretodo porque ella se puede comunicar vía whatsapp con sus hermanos e incluso con su padre a los que casi nunca ve o no comparte del todo por encontrarse fuera del país o trabajando todo el tiempo.
Como está cursando el quinto grado de primaria, nunca le permití tener su propio Facebook previniendo que se comunicara con personas indeseables u observara videos o imágenes impropias para su edad, a lo más que accedí fue a que ojeara el mío y en mi presencia, en donde no tengo en realidad a contactos que se pasen de la raya.
Mi hija de repente dejó de dormir temprano tal como era su costumbre, pasaba observando videos que había descargado en la escuela ya que en casa no contamos con Internet. De vez en cuando le recargaba la línea telefónica y de esa forma se lograba conectar de manera esporádica.
Aunque me encontraba consciente de que además de sus familiares se comunicaba con compañeros y otros amigos he de confesar que me ayudaba bastante el hecho de que ella se mantenía ocupada al tiempo de que yo realizaba mis quehaceres.
Sin embargo, de manera imperceptible aun para mí, en donde casi siempre nos encontramos juntas en casa y por no haber ella bajado en su rendimiento académico ya que por el contrario, este año siempre se mantuvo entre los primeros promedios de su grupo; no vi señales tangibles que me alertaran de que algo dañino estaba sucediendo con ella.
Sin embargo, por pura casualidad ante una emergencia, debido a que uno de sus hermanos no aparecía desde hacía unos días y al no tener yo misma la aplicación de whatsapp en el teléfono por ser un Nokia Lumia, para el cual ya no existe tal medio de comunicación, me fui al de ella a revisar si se había comunicado con el hermano.
Con preocupación noté que mi hijo tampoco le había contestado a ella algunos mensajes pero me llamó la atención un contacto al que tenía con un apodo y un corazón.
Al revisar la conversación no pude reconocer al joven de la fotografía de perfil y aunque no le contestaba casi, dos frases y una respuesta por parte de él elevaron mi horror al máximo:
Hija: -Te amo.
Hija: -¿Por qué no me contestas? Hoy voy a ir a tu casa.
Él: -No contesto para evitar mal entendidos.
Hija: -Perdóname.
…
Mi estupor llegó al máximo aunado a la preocupación por la ausencia de mi hijo que se encuentra en el extranjero.
Como mi hija se encontraba en casa de su hermano, decidí guardar el teléfono como medida urgente, advertirle del asunto pidiéndole que la cuidara y que tratara él por su lado de averiguar qué era lo que estaba sucediendo mientras yo salía a realizar unos trámites urgentes.
Con la cabeza en otro planeta y más tranquila luego de que mi hijo reapareció, tres días después tomé el valor suficiente para leer el resto de conversaciones del teléfono. La mayoría eran trivialidades que le quitaban bastante tiempo, su hermano descubrió que el joven del que ella se había enamorado era simplemente de su primo de 17 años, el cual, ya con novia y de manera diplomática y hasta preocupado por la situación, le contestaba en algunas ocasiones de forma amable mientras que en otras, simplemente la ignoraba.
Entonces por fin caí en la cuenta del peligro al que la he estado exponiendo al ofrecerle una herramienta que se convierte en un arma de doble filo de acuerdo al uso que se le dé.
Recordé cómo varias amigas de su edad tienen Facebook y pasan defendiéndose con uñas y dientes del terrible acoso escolar al que son sometidas por las diferentes publicaciones que realizan en las redes sociales. No pude olvidar tampoco cómo muchas de ellas inclusive de menor edad que la mía, ya se encuentran hipersexualizadas publicando por ejemplo: en qué parte del cuello desean ser besadas por “su hombre” o fotografías sensuales que las convierten en carnada fresca para redes de pederastas y cualquier otro tipo de psicópatas.
Hablé con ella entonces, le expresé mi profunda preocupación por lo que había estado haciendo y todos los peligros a los que se estaba exponiendo y ¡comprendió!
Aunque ya había tomado una decisión al respecto sobre cuál era la mejor solución al problema, le pregunté qué pensaba al respecto, respondió:
- Lo mejor para evitar problemas, es no tener más teléfono, ya no lo quiero.
Así lo hice y con agradable sorpresa he ido recuperando a mi hija, ha vuelto a jugar en la vida real con niñas de su edad, el monopatín, la gata, el perro, busca las frutas de los diferentes árboles en donde vivimos y regresó a subirse a la casa del árbol que había construido con sus amigas.
Esta difícil experiencia que vivimos, aunque para muchos pueda resultar exagerada o simplemente “nada”, en mi caso, abrió los ojos y concientizó para caer en cuenta de que le estaba dejando la responsabilidad de la crianza de mi hija precisamente en la pre-adolescencia, una de las partes más delicadas de la vida, a un aparato y a las redes sociales.
La vida y difíciles experiencias que ya hemos vivido y sufrido los adultos, nos han enseñado que los caminos que en apariencia resultan más fáciles, nunca son buenos, todo lo contrario.
Y es que…¡qué fácil y cómodo resulta el hecho de delegar en aparatos con apariencia de juguetes, nuestra responsabilidad como padres! El trajín diario nos empuja a evadir para ahorrar tiempo, espacio y dinero; por eso lo comprendo pero no lo puedo justificar.
Muchos de nuestros niños ya no son nuestros, se los estamos poniendo en bandeja a depredadores que se encuentran al acecho y luego nos extrañamos de que sean víctimas de delitos que antes ni siquiera existían o se daban muy poco.
Sirva esta difícil experiencia que padecí con mi hija para hacer una cariñosa pero enérgica llamada de atención a todos los padres de familia que permiten a sus hijos acceder a las redes sociales.
Señor, señora: no tema que lo cataloguen de ridículo, polo o anticuado por no darle acceso a su hijo menor de edad a tecnologías que no están hechas para ellos. De la misma manera en la que debe cuidar de todos los detalles para conservar su trabajo, dedíquese a examinar qué hacen y ven sus hijos cuando navegan por Internet o usan las redes sociales.
Con esto no pido que les prohibamos las herramientas que les pueden ayudar a mejorar su rendimiento académico ni el desarrollo natural para su edad, sino a que de manera concienzuda, se pregunte y analice si un teléfono inteligente es lo mejor que le puede obsequiar a sus hijos. Recuerde que si necesita estar en contacto con ellos cuando se encuentran fuera de casa, todavía existen las líneas telefónicas fijas o teléfonos celulares de bajo precio y con poca capacidad desde los cuales, no se puede acceder a las redes sociales y a los que ya muchos profesionales de alto nivel han regresado debido a que están saturados de la sobre-exposición que implica encontrarse siempre localizable y recibir el exceso de información que recibimos a través de la red.
Y no tema, eso no le va a hacer un mal padre, todo lo contrario, a futuro, sus hijos se lo van a agradecer aunque por ahora no lo comprendan.