El movimiento 15-M camina
Ángeles Diez
Rebelión
¡A la calle! que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.
(Gabriel Celaya)
El movimiento que surgió de Sol el 15 de Mayo irradia hacia los barrios y pueblos. Las palabras asamblea, consenso y democracia se han regado por las plazas, los parques y las conciencias. Algo está cambiando en las gentes y hay quienes comienzan a sentirse muy preocupados. La clase política se refugia en sus cargos y en sus parlamentos. Algunos sobrevuelan en helicópteros sobre sus representados para no oírles. Otros amenazan con ilegalizar al pueblo –el presidente del Congreso dice que “los manifestantes cometen un delito”, que es “inadmisible e intolerable que no se respete a los parlamentarios”-; hay quien habla de “caos violento” y de "respeto a los derechos de los que gobiernan". Otros afirman llevar años defendiendo lo que ahora el pueblo reclama en las calles, y hay quien, como el ministro de la presidencia Sr. Jáuregui, dice que “no hay alternativa a esta democracia”.
Mi barrio es un barrio conservador. No hablo de ideología. Les ha pasado a todos los barrios y pueblos de esto que llamamos España -otros lo llaman estado Español, otros todavía estamos por buscarle un nombre con el que no ofendamos ni nos sintamos ofendidos-. Los motivos por los que mis vecinos decidieron conservar lo que en su día conquistaron son distintos pero tenían un eje común con el resto de los barrios y pueblos: después de la dictadura franquista a lo que se podía aspirar, sin volver a un conflicto civil, era a esta especie de pseudo-democracia, de estado de bienestar escaso y de paz social autista. Todo ello, con la esperanza de que algún día, no muy lejano, pudiéramos disfrutar de un Estado de Derecho pleno, de un sistema político independiente de los poderes económicos, de salud, de trabajo, de educación pública de calidad… Bueno, quizá estoy idealizando. Quizás en mi barrio, como en los demás, sólo aspirábamos a vivir bien y a estar tranquilos. Por eso nos hicimos conservadores de lo que pudimos arrebatarle a un sistema económicamente desigual, socialmente injusto y ecológicamente depredador.
Desde que empezamos a hacer asambleas en mi barrio, mis vecinos han descubierto que no podemos conservar lo que tenemos sin aspirar a conquistar lo que nos deben.
Eso que nos deben se llama democracia. Lo mismo que se produjo en las asambleas de Sol y de otras ciudades, las personas hemos comenzado a hablar y a escucharnos. Como dijo uno de nuestros poetas de postguerra, Blas de Otero, estamos pidiendo “la paz y la palabra”. Hemos descubierto que, de hecho, casi hemos perdido más de lo que conquistamos. Estamos descubriendo cómo es realmente el lugar en el que vivimos, la necesidad que tenemos todos de hablar y contarnos, cómo somos y cómo podemos ser, incluso descubrimos que tenemos memoria y recordamos las luchas que nos precedieron.
Las personas de mi barrio se levantaron a finales de los años setenta con el lema “la vaguada es nuestra” para reclamar un espacio público que pusiera límites al gran especulador José Banús. Hoy, una vecina del barrio nos recordaba que gracias a esa lucha podíamos tener nuestra asamblea sentados en el césped, rodeados de hermosos árboles y con los niños jugando alrededor. Cuando alguien señaló que hay que ir buscando un lugar bajo techo para continuar asambleando en septiembre nadie dudó de que hay que reclamar los lugares públicos que son de todos. Una señora dijo que, hace muchos años, en la Ventilla, un barrio próximo, ellos ocuparon un ambulatorio abandonado porque lo público es de todos ¿o no? Los del grupo de infraestructuras dicen que hay un colegio vacío que se llama Guatemala, y sólo lo abren los sábados para dar clases de coreano. ¿De coreano? El chico se encoge de hombros, “igual hay coreanos en el barrio y no les conocemos” Otra vecina dice que quizá esté sin rampas de acceso o que no esté en condiciones. Inmediatamente un chico joven dice que eso es lo de menos, que nosotros podemos construir las rampas y reparar lo que esté mal, que no vamos a esperar a que nos lo arreglen. Tal vez estemos ante un nuevo paradigma de autogestión.
En la asamblea de mi barrio, contrariamente a la imagen que machaconamente difunden los medios, hay mucha gente mayor. Antes de empezar la reunión hay muchos jóvenes que aparecen cargando sillas de plástico para la gente que no puede sentarse en el suelo, algunas de ellas las cede un bar que está en el parque. Mis vecinos son personas de clase media, profesionales, obreros cualificados, emigrantes, comerciantes, obreros sin más… los roles y estereotipos están siendo erosionados por la palabra. Cuando alguien se atranca, se lía o se confunde, surge un aplauso, una palabra de ánimo y se le pide seguir adelante. Hemos descubierto que la paciencia es transitiva –transita de viejos a jóvenes y al revés-.Hay varias personas con minusvalías en nuestra asamblea. Tres de ellas son jóvenes. Uno de ellos fue el moderador la semana pasada. Una compañera le ayudaba con el micrófono. El humor y la soltura con la que moderó la asamblea hizo que a las tres de la tarde nadie tuviera prisa por terminar, éramos unos doscientos. En mi barrio se están destruyendo las barreras cerebrales que nos mantienen en compartimentos estanco.
Hoy, al finalizar el orden del día, nos tocaba traer lemas para las pancartas de la marcha de mañana 19 de junio. Por la tarde habría un taller para fabricarlas con las telas, papel, pinturas, esprays que cada uno llevara. Cuando el moderador pidió que nos pusiéramos en fila detrás del micrófono, como en un resorte, viejos, jóvenes y de mediana edad fueron desfilando risueños a exponer sus propuestas. La más aplaudida fue “Democracia en construcción. Perdonen las molestias”.
Mañana, hoy, estamos en construcción, para construir la democracia hemos de deconstruir nuestros prejuicios. Decía un cartel en Sol: vamos lentos porque vamos lejos.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=130708
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Lo transmitió Muslim.
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