Oí al Mensajero de Dios -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, diciendo:

«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».

Lo transmitió Muslim.

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viernes, 18 de enero de 2013

Por qué nunca voy a ser una buena empleada?


Hace dos meses me despidieron del lugar en el que trabajé durante dos años y tres meses. Confieso que cuando comencé con mis labores, me pareció un lugar de ensueño. Ambiente relativamente tranquilo y decente. Mis primeros compañeros de trabajo y yo nos llevamos de lo mejor, ese año, fui premiada como la mejor empleada en mi departamento. De repente, como es lo normal en esa empresa, la cuenta para la que trabajábamos cerró operaciones y de 25 personas despidieron a 23. A mí me enviaron a uno completamente diferente: atender clientes por chat en inglés y español. El entrenamiento normal para ese puesto lleva aproximadamente un mes. A mí me lo dieron en una hora y me “echaron al agua”. Los compañeros más jóvenes, todos veinteañeros, la mayoría de ellos estudiantes de sistemas operativos, aprendieron muy rápido y se acomodaron perfectamente a sus nuevas labores. A los ocho días de desempeñar mis nuevas funciones, mi nuevo jefe me sometió a un tratamiento de presión muy conocido en call centers: un PIP (llamada de atención en la cual debo firmar un papel que hace constar que si no cumplo con las métricas impuestas por ellos en el tiempo fijado por ellos me despiden sin responsabilidad patronal). Estos famosos PIP según supe después, solo pueden ser otorgados a los empleados cuando luego de 3 meses en una nueva labor no da la talla. Me sentía muy presionada pues venía de ser la mejor de mi equipo a estar de repente en la peor de las situaciones. Mi nuevo jefe me aseguró que no había nada que temer, que mis nuevos compañeros me iban a ayudar en todo lo posible, que solamente les preguntara, porque de hecho a algunos les pagan solamente para eso: responder dudas. Comencé ese día atendiendo clientes con diversas situaciones, todas nuevas para mí y necesitaba ayuda. Ninguno de los “ayudantes” estaba disponible y el único jefe inmediato no paraba de coquetear con una joven muy bella. Le pedí ayuda y de mala gana me dijo que le preguntara a cualquier otro. Yo no conocía a nadie y no sabía quiénes eran los compañeros de mi región. Por lo que utilicé el chat interno para pedir ayuda. Nadie me contestaba. De repente una compañera me dijo: yo te ayudo, pero como no la conocía de nombre, le pregunté al compañero junto a mí si la conocía y me gritó diciéndome: ay yo no sé señora, yo no sé quién es ella, yo estoy muy ocupado! Y yo, yo tenía diez minutos agradeciéndole a los clientes la paciencia mientras trataba de solucionarles el problema….Volví al chat interno, continué pidiendo ayuda, les expliqué que yo era nueva y que por favor me ayudaran y los compañeros comenzaron a poner iconos de caritas llorando, otras sonriendo y me puse a llorar. Los clientes cerraron las conversaciones y yo, yo cerré las ventanas y me fui al salón de comidas a llorar. Tomé los quince minutos de descanso para llorar desconsoladamente. Una cocinera llegó a preguntarme qué me sucedía y como siempre me pasa, yo cuando lloro, no puedo hablar, entonces, no le decía nada. A los quince minutos llegó una mujer con mi jefe inmediato y me preguntó qué había sucedido. Me costó mucho trabajo calmarme y le comencé a contar mi dilema. Frente a mi jefe superior me preguntó si le había pedido ayuda a todos, y le dije que sí. Me preguntó el nombre de las personas a las que les había solicitado ayuda, pero yo no conocía a nadie. Inmediatamente se me subió la presión, llamaron una ambulancia y me llevaron al hospital con un fuerte dolor en el pecho. Estuve internada en el hospital un día completo mientras me controlaban la presión arterial y por lo tanto incapacitada. Luego tuve dos días libres y regresé al trabajo. Cuando regresé a mi puesto, recuerdo a una compañera, la líder negativa le llamaba yo, una mujer gorda y negra, mal hablada, malcriada y vulgar a quienes todos le rendían pleitesía para no tenerla en contra y como apenas llegué me repelió por completo. Todos los compañeros cuando yo llegaba, dejaban de hablar y ella pasaba haciendo bromas sobre el Islam y los musulmanes, ningún compañero me volvió a saludar y me relegaron. La líder negativa le contaba a todos que yo había ido a hablar con los jefes y había hablado mal de todos los compañeros que tan amablemente me habían tratado de ayudar el día en que tuve que ir al hospital. Mi jefe, me llamó, me preguntó qué había sucedido y ESE día me dijo que por favor le preguntara qué no entendía de los procesos que yo debía realizar. Le respondí con sinceridad, le dije: no entiendo nada. Y se dedicó unas tres horas a explicarme con mucha paciencia todas mis dudas. Regresé al trabajo, y ya me daba vergüenza preguntar porque mis compañeros me volvían la espalda y a los encargados les daba mucha pereza estar “ayudándome tanto”. Mi jefe anterior, supo lo que me había sucedido y me dijo que iba a hablar con el jefe nuevo, que era imposible que me pusieran un PIP con solo ocho días en un departamento nuevo. Yo le rogué que no lo hiciera, porque el joven después de todo se estaba esmerando en ayudarme. Mi relación con los nuevos compañeros no fue fácil, la mayoría no me hablaba, y los que me dirigían la palabra era para burlarse del Islam y de mí toda la jornada laboral. Las bromas sobre las bombas, terroristas y suicidas eran el orden del día y yo, el pato de la fiesta. Esperé unas semanas, completamente aislada de todos, opté por cambiarme de lugar y mi jefe me dio permiso, sin embargo, “otro” jefe, el que no me ayudó la primera vez, me gritó cuando me vio cambiarme de lugar y me dijo: va jalando de aquí, no la quiero ver nunca más en esta fila, vaya donde le corresponde! (yo sin saber me había sentado en el lugar de la joven a la que pasa pretendiendo) y tuve que regresar a ser el motivo de burlas todo el día. Confieso que algunas bromas me daban risa, yo he aprendido a reír por no llorar. Tenía mucho miedo de perder mi trabajo por “hacerme la víctima” y me dije que con la ayuda de Dios todo lo iba a soportar. A los seis meses aproximadamente, la líder negativa renunció y mis compañeros volvieron a hablarme y a tratarme casi como una persona normal. Mis calificaciones mejoraron considerablemente, sin embargo, siempre tuve el problema que la persona encargada de evacuar las dudas diarias, porque siempre existen casos nuevos, se resistía a ayudarme, me regañaba mucho, me comparaba con los demás y me decía que el resto buscaba todo por sí solo mientras que a mí me daba pereza. No era cierto, TODOS mis compañeros pasaban preguntando, incluso él mismo siempre tenía alguna duda. Pero a mí me exigía callar. También se divertía mucho haciéndome bromas constantes a pesar de que yo le explicaba mi problema para entenderlas. En una ocasión frente a todos me hizo levantarme y sentarme tres veces, para luego echarse una carcajada y decirme que no le hiciera caso, que solamente estaba bromeando mientras todos soltaban la risa. No era fácil ser el hazmerreír de todos. Pero continuaba, trataba de adaptarme a ellos, a los que se burlaban de mis vestimentas islámicas o a los que se ponían a blasfemar contra el nombre de Allah apenas me veían llegar. Era muy común escucharlos decir: Ay Rashida a Allah no le gusta que hagas eso! Al la puta! Jalá, jalá! Mufasa tu Dios… Le escribí al jefe mayor, le expliqué cuán difícil me resultaba todo pero jamás recibí respuesta. Siguieron los cambios, en cuanto aprendía a manejar una región, la cuenta cerraba y me enviaban a otra más complicada cada vez. Cuando entré, expliqué que mi inglés era básico y por ello me enviaron a realizar chats en español, pero mis nuevas funciones implicaban atender a clientes tanto en inglés como en español y aún así, di la talla. En casa, sufría mucho porque las deudas que me dejó mi ex esposo me obligaban a pedir préstamos y adelantos de salario, lo cual me exigió por ejemplo, enviar a mi hija a clases hasta un mes después del inicio del curso lectivo porque no tenía dinero para comprarle su uniforme o útiles escolares. El padre de mi hija solamente me envía la mitad de la pensión que le corresponde y como debo mantener a mis otros dos hijos estudiantes, pagar la renta de la casa y hasta por quien me cuide a la niña mientras yo trabajo y los otros hijos estudian, implicaba el que a pesar de tener un salario, nunca tuviera dinero más que para lo básico y a veces ni siquiera para eso. En muchas ocasiones, no pude enviar a mi hija a la escuela porque no tenía dinero para ponerle merienda en su bolso, no tenía nada que darle para desayunar o almorzar y un día, con toda la vergüenza del mundo tuve que explicárselo a la maestra porque no quería que pensara que yo era irresponsable o ella una vagabunda y me dijo con todo el cariño del mundo que no me preocupara, que era mejor que la enviara y que ella misma se iba a encargar de que en el comedor de la escuela siempre le dieran de almorzar y hasta me llevó a mí y pidió comida para mí. Yo lloraba mucho, pero tenía que hacerme la valiente. Era sumamente importante llegar con mente clara al trabajo para poder concentrarme en los cambios constantes en las funciones. Y apenas llegaba comenzaban las bromas, los compañeros que se burlaban de cualquier cosa que yo hiciera o dijera, y yo solo sonreía…a veces me defendía, pero cuando ellos se quejaban de mi extrema sinceridad, volvía a callarme por temor a perder el empleo. A ser la que “se queja por todo” o a dar lástima. Después de año y medio de trabajar en ese departamento y desesperada por las burlas constantes, decidí abandonar mi vestimenta islámica. Pensé que tal vez, los más idiotas e ignorantes iban a creer que yo había abandonado el Islam e iban a dejar de molestarme. Lloré mucho el día que me quité el velo por el que tanto había luchado y soportado, el que me daba cierta sensación de seguridad y de orgullo de andar esparciendo mi fe islámica, sin embargo logré de cierta forma el efecto deseado. La mayoría de los que me molestaban incansablemente de repente se cansaron. Yo ya era una más del montón, según ellos estaban muy contentos de que me hubiera liberado y mi jefe mayor me dio la bienvenida tal y como si se tratara de otra persona. Estuve muy nerviosa las primeras semanas, para mí era como volver a nacer, me sentía extraña y asqueada de ser testigo de la estupidez humana y cómo un trozo de tela lo cambia todo. Como no me gusta usar pantalones, cambié mi vestuario por faldas por la rodilla y la ropa normal de nuestras latitudes, volví a ser invisible y de cierta manera eso me gustó mucho, me maravillaba sentir que andaba casi de incógnito, porque en esencia era la misma, pero ya los payasos, los que se creen inteligentes y vivarachos dejaron de molestarme con la intensidad que lo hacían. Hace unos cuatro meses, viajando en la buseta del trabajo, la cual me llevaba desde la empresa hasta la puerta de mi casa, recibí una de las agresiones más indignas de las que tengo memoria. Como mi horario era de 3pm a 11pm, por lo general, termina uno agotado y dormita en la buseta. Ese día, iba muy enferma, y me acosté en los asientos de atrás de la buseta a dormir. De repente me despertó un gran escándalo. Me levanté y pude observar como dos hombres que viajaban conmigo en la buseta, compañeros de la empresa para la que laboraba, habían tomado fotografías de mis piernas, y las estaban compartiendo entre ellos, bromeando mucho. Pero no se habían limitado a tomar una foto, de alguna manera mientras yo estaba inconsciente, habían levantado muchísimo mi falda y casi se me veían los calzones, reconocí mis piernas, la enagua, el asiento de atrás de la buseta y cuando se dieron cuenta de que me había despertado y los había observado, escondieron rápidamente sus celulares. Entré en shock, quería lanzarme sobre ellos, gritarles, despedazar sus celulares, gritarles que no tenían derecho a aprovecharse de mí. Sin embargo, analicé la situación, eran cinco hombres contra mí, yo era la única mujer que viajaba a esa hora con ellos. Pensé en los diferentes escenarios que se podían presentar. Pensé en que si me les lanzaba encima, ellos me podían golpear, lo cual implicaba quedar incapacitada algunos días y perder dinero. ESE día por mera casualidad, olvidé en otro bolso el gas pimienta que siempre llevo conmigo y supe que ante semejante indefensión lo mejor era no actuar en ese momento. Además, era mi palabra contra la de ellos, ellos iban a negarlo todo y yo no tenía pruebas de lo que habían hecho. Y callé en el trabajo, pero sí se lo conté a mis hijos en casa. Pasé tres días llorando, sintiéndome estúpida y tan indefensa! Culpándome por haberme puesto en esa situación, por permitirme dormir, por estar cansada, por no ser fuerte. A los tres días decidí contárselo a mis jefes. Me dijeron que hablara con el departamento de Recursos Humanos. Fui y hablé, me concertaron una cita con la gerente de la otra empresa involucrada puesto que uno de los muchachos pertenece a una empresa “hermana” de la que yo trabajaba. Cuando le expliqué a la gerente de Recursos Humanos todo lo que había sucedido con su empleado. Me regañó, me dijo que yo lo que tenía que haber hecho en el momento de la agresión era golpear a los muchachos, arañarlos, gritarles y despedazarles el teléfono y luego ir a donde ella a denunciar. Le expliqué que como he sido víctima de abuso sexual, yo no actúo igual que las demás mujeres que no lo han padecido, que entro en shock y que me paralizo, que analizo las situaciones y los peligros en los que me encuentro para poder salvar mi vida con el menor daño o dolor posibles, pero me volvió a regañar, me dijo que yo ya estaba “muy grande” para andar con traumas y temores, que ya era hora que me dejara de miedos y que los debía enfrentar, que por favor le llevara el nombre del muchacho, si es que el mismo existía. Quedé pasmada, no podía creer lo que escuchaba y supe que esa batalla la tenía perdida, ya no era yo contra los hombres agresores, sino contra ella, la encargada de “defenderme”. Aún así le llevé los nombres de los jóvenes porque según ella se iba a llevar a cabo una investigación exhaustiva de lo que yo había dicho. Pasaron dos meses y nada sucedió. Tenía terror de seguir viajando con los muchachos, entonces, aunque salía a las 11 de la noche, decidí esperar una hora más en el trabajo e irme en la buseta de las 12 de la noche aunque ello implicaba llegar más tarde y más cansada. Me dolió mucho el que NADIE hiciera nada y ser regañada, me puse muy nerviosa, los veía pasar junto a mí, riéndose, burlándose, imaginaba que iban a colocar las fotos que me habían tomado en cualquier sitio en Internet, tuve miedo, mucha vergüenza y sentimientos de impotencia. El rendimiento en mi trabajo, como es de suponerse bajó, aunque llegaba como siempre una hora o más antes del trabajo, me equivocaba a la hora de marcar las entradas o salidas, mi jefe comenzó a ponerme PIP por todo (como a la mayoría) pero yo estaba más vulnerable. Por esos días tuve que llevar de emergencia a mi hija al hospital con un dolor en el corazón. El dolor en el corazón no era tal, sino que lo que tenía era una gastritis severa, bien por falta de comida o por comer en horarios desordenados ya que como yo llegaba a casa a las 2 am para no viajar con los muchachos de las 11 de la noche y debía levantarme a las 5am para enviarla a la escuela, en la mayoría de ocasiones o me dormía hasta un poco más tarde o no dormía del todo y andaba como un zombie ambulante sin poder atenderlo todo. Todo esto se lo expliqué a mi jefe. El último mes trabajé más de cien horas extra para compensar la falta de dinero. Pero el 1 de diciembre me despidieron por no “dar la talla” y “haber bajado tanto los números” que la empresa pide que ya no les sirvo. Volví a llorar, quería gritarles que no era mi culpa, que tal vez si me hubieran ayudado yo podía llegar a ser de nuevo la mejor empleada del año, pero volví a quedar en shock, muda, impotente y ahora con más temor ante la incertidumbre de no tener trabajo. Con el dinero que me pagaron por la liquidación pagué todas y cada una de las deudas que venía arrastrando de hace años. Pagué dos meses de alquiler, compré comida para dos meses, los uniformes y útiles de mi hija, compré una laptop usada y un teléfono para tener más herramientas trabajo. Ya casi tengo dos meses de haber sido despedida y tengo miedo, mucho miedo. He aplicado en más de cien puestos diferentes, que van desde secretaria, hasta cajera, dependiente, call centers y oficios domésticos. Invertí el poco de dinero que quería ahorrar, para revender o personalizar zapatos y tener alguna entrada mientras “me llaman” de algún lado, me afilié a vender productos Rena Ware y Oriflame, pero nada ha dado resultado hasta ahora. Sí tuve miedo, mucho miedo y asco, pero por sobre todo mucha vergüenza, por no haber sido valiente y no haber dado la talla que pedían mis empleadores. Me deprimen los que me dan palmaditas en la espalda y me dicen que confíe en Dios, que todo va a estar bien y que me calme, que muy pronto voy a encontrar algo. Estoy agotada física y mentalmente y aún así, todos los días camino cuatro kilómetros a las 4:30am y luego a las 7pm, no quiero vegetar, quiero pensar, quiero salir de esto. Ya Dios lo ha hecho en otras ocasiones. Entonces entendí que el miedo no me ayuda y aunque pierda lo poco que ya tengo, luchar por mis hijos, pero en especial por mi hija que es la más vulnerable de todas por el abandono que ha sufrido de parte de su padre, es el aliciente para que no pierda la fe y vuelva a intentar entrar al mundo de “los negocios” y siga buscando un empleo. Soy consciente de que a los jefes no les gustan las mujeres como yo, que sólo se defienden cuando las atacan y que a pesar de todo, dan más de lo humanamente posible para ser una buena persona y la mejor empleada. Pero espero el milagro y le pido a Dios, el Único, el Omnipotente, el Compasivo y Misericordioso que no me olvide, porque yo sé que es Justo y que nos da lo que necesitamos en Su tiempo y no en el nuestro. Lo único que le pido es un trabajo decente para poder mantener mi dignidad y la de mis hijos que son los testigos de que todo esto que digo es cierto. Rashida Jenny Torres Musulmana Costarricense. 18 de enero de 2013.