Oí al Mensajero de Dios -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, diciendo:

«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».

Lo transmitió Muslim.

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miércoles, 7 de diciembre de 2011

El Matarife de Chiriquí.

de Mo'ámmer Al-Muháyir, el Viernes, 25 de noviembre de 2011

Bismilláhi ar-Rahmán ar-Rahím...
 
Una mañana de Mayo, viviendo en la casa del Matarife, me avisan que su madre estaba al teléfono y quería hablar conmigo. Atiendo. Nos saludamos como de costumbre, y me cuenta que uno de los animales del corral, un bello chivo semental de color blanco y negro, estaba sangrando y tenía una herida en los testículos. Me dice que se dieron cuenta luego de un largo rato de por qué gritaba, y que hacía al menos una hora que estaba caminando de un lado a otro, gritando. "¿Puedes hacer algo? ¿Crees que puedas salvarlo? Nos da mucha pena...", me dijeron.
 
Me comprometí a ir y ver en qué podía ayudar, cogí mi mochila, alcohol fino, algodón, y antes de que terminara de preparar las cosas y calzarme, ya estaba un taxi en la puerta esperándome. Eran la hermana más joven del Matarife, de unos 19 años, y un amigo suyo que tenía un taxi, que habían venido a buscarme para llevarme a la casa de su madre donde estaba el corral, a unas 15 cuadras de donde vivíamos.
 
El corral de las cabras en la casa de su madre estaba siempre hecho un desastre, no había cubículos y había cañas y alambres de púa tirados por todos lados, un pozo con ramas, etc. Estaba tan descuidado que demasiado a menudo las cabras se escapaban y su madre y su hermana tenían que arreglárselas como podían para volver a encerrarlos, porque las cabritas merodeaban por todo el parque y hasta se metían dentro de la casa si podían, y se subían a los sillones tapizados manchándolos con sus patas sucias de barro y excrementos, cosa que sucedió al menos en dos oportunidades, lo que originaba muchas peleas y discusiones entre el Matarife y su familia.
 
Nomás llegar al corral, veo regueros de sangre sobre las cañas y sobre la tierra. Al fondo del corral, el macho de las cabras ya estaba boqueando. Intenté limpiar la herida, donde había un gran nudo de sangre coagulada, para tratar de entender al menos, cómo se había lastimado. Descubro que la herida no era en los testículos, sino de una hernia hinchada, una bola como de 3 centímetros de espesor, que el animal tenía en el vientre, muy cerca de la ingle. No había nada que se pudiera hacer, el animal estaba dando sus últimos suspiros, había perdido demasiada sangre...

Al parecer, esta cabra macho se enganchó con algo y se le reventó la hernia, que comenzó a sangrar, y se le produjo una hemorragia. Cuando todo esto sucedió el Matarife no estaba, pues estaba de viaje vendiendo pollos halal en vecino pueblo de Changuinola, unos 150 kilómetros a través de las montañas, con su camioneta.
 
Como a las 6 de la tarde, varias horas después de que el chivo había muerto, llegó el Matarife a su casa y le conté lo sucedido. Se lamentó, y me pidió que lo acompañe a ver al animal. Subimos a su camioneta y en el camino me contó que el animal tenía una hernia en el vientre, desde que lo compró. Me contó que al parecer, el semental este, que le costó unos 400 dólares, estaba en realidad de oferta, y el paisano que se lo vendió parecía presuroso por deshacerse del animal. Puesto que él lo vio muy bien y barato y estaba comenzando con el negocio, lo compró, pero al descargarlo de la camioneta le tocó la hernia con la mano, y se dio cuenta que tenía ese defecto físico. Me preguntó si yo creía que lo podríamos aprovechar de alguna forma, para amortizar su pérdida.
 
Yo le contesté que no conocía en detalle las normas islámicas al respecto, y que lo mejor era que llamara a nuestro amigo el shéij y le hiciera la misma pregunta.
 
El matarife parecía muy preocupado por su pérdida económica. Me contó que ese chivo, junto con otros que estaban en un corral más pequeño, eran parte de una inversión que había hecho para hacer crecer su negocio. Extendiéndonos un poco más en el tema, le recordé que existe un verso coránico que prohíbe comer animales que hayan muerto por muerte natural, por una cornada, o un accidente:
 
"Se os ha prohibido [beneficiaros de] la carne del animal muerto por causa natural, la sangre, la carne de cerdo, la de todo animal que haya sido sacrificado invocando otro nombre que no sea el de Allah, la del animal muerto por asfixia, golpes, caída, cornada o matado por las fieras, a menos que haya sido herido por ellas y alcancéis a degollarlo [antes de que muera], y la del que ha sido inmolado en altares [para los ídolos]". Sura "La Mesa Servida, 5:3")

...pero también le recordé que muchos shéijs consideran lícito comer la carne sacrificada por los cristianos, cuando se sabe que sobre ella no se ha invocado ningún nombre. Simplemente, se dice "bismilláh" (en el nombre de Dios) una vez servida, y se la come. Lo que sí le recomendé encarecidamente, es que no la vendiera, y que en cualquier caso, la comiéramos con su familia.
 
"Ok, bueno, vamos a ver, ¿me ayudas a faenarlo?". "Claro, no hay problema", le respondí.
 
Estuvimos quizás más de dos horas cuereando y faenando el animal. Cerca nuestro, tres paquistaníes estaban allí carneando ellos mismos un animal pequeño que le habían comprado. Mi tarea principal consistía en sostener alguna pata con una mano, y con la otra mojar al animal con una manguera, porque el animal era tan grande que no pudimos colgarlo del tinglado. Vi por primera vez en mi vida algo que no había visto nunca, y era cómo se hacían burbujas de aire entre los músculos y el tejido conectivo laxo a medida que le echaba el chorro de agua fría con la manguera. El matarife me señaló el color de la carne en una zona, y me dijo que ese color blanquecino era signo de que había muerto desangrado.
 
Faenamos el animal hasta que se hizo de noche, y guardando las piezas en conservadoras de plástico, montamos en su camioneta y volvimos a su casa.
 
Toda la carne que el matarife obtenía, o bien se vendía a los hermanos musulmanes o se comía en su casa, donde él vivía con otros dos parientes, porque incluso a su madre, le vende la carne (a precio reducido), no se la regala.
 
Pero en las semanas siguientes, lo único que se comió en su casa de ese chivo, fue el rabo. Yo lo supe bien, porque comíamos casi todos los días pollo. Pasaron las semanas, y era evidente que el chivo muerto por una hernia, había sido vendido a los hermanos musulmanes que le compraban habitualmente carne halal. Yo sentí vergüenza, y me sentí culpable, porque ante su preocupación por el dinero perdido con la muerte del chivo, intenté justificar que lo comiéramos citando la opinión de algunos shéijs que consideran lícito comer carne sacrificada por los cristianos. Y en definitiva, porque di mi opinión sobre un tema que en realidad, desconocía. Pero nunca me imaginé que lo vendería, porque si el hermano musulmán que compró ese chivo supiera cómo murió, se sentiría engañado, no le gustaría saberlo, incluso sin importar si las normas islámicas lo permiten o no.
 
Así y todo, y puesto que llegué a la casa del matarife por recomendación de un querido amigo en común, tardé bastante tiempo en darme cuenta que el matarife no era una persona honesta y moralmente proba como para confiar en que mantenga siempre las normas islámicas en materia de rituales e higiene, incluso aún para confiarle mi dinero y mis pertenencias, como descubrí tristemente en las semanas siguientes, cuando me estafó y me abandonó en una habitación vacía, sin dinero ni documentación, hasta que  tuve que pedir la repatriación al Consulado Argentino para poder volver a mí país...
 
 
En las afueras de David, Estado de Chiriquí, Panamá, Mayo del 2011, en la casa del predicador del Islam Áhmad Quiroz Almengor, director del Islamic Panamá Dawah Project (https://www.facebook.com/islamicpanamadawahproject)
 
Mo'ámmer al-Muháyir.