Oí al Mensajero de Dios -la paz y las bendiciones de Dios sean con él-, diciendo:

«Quien de vosotros vea una mala acción, que la cambie con su mano, si no pudiera con su lengua, y si no pudiera, entonces en su corazón, y esto es lo más débil de la fe».

Lo transmitió Muslim.

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miércoles, 17 de marzo de 2010

Lo mató mi generación.

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Por Miguel Jara

Mi amigo Christopher Lang, un odontólogo de apenas 31 años, salió, el domingo pasado, como todos los días, a entrenarse en su bicicleta. Lo hizo antes de las 7 de la mañana. Se despidió de su esposa y dos hijos con la promesa de regresar pronto para asistir a la iglesia.

Mientras Christhoper dormía para ejercitarse como atleta, pues practicaba el triatlón, un borracho pasaba toda la noche de fiesta. Tomó whisky... Paradójicamente, el borracho también apenas llegaba a los 30 años.

En enero la prensa costarricense anuncia que gracias a la dureza de la ley, Costa Rica bajó casi un 50% la detención de choferes ebrios.

Dos vidas paralelas. Dos momentos diferentes. Christopher trabajaba duro todos los días para cumplir sus metas como esposo, padre, profesional, y atleta. Era, además, un hijo, hermano y amigo ejemplar.

El borracho se sube a su vehículo de lujo, último modelo, y se dispone a manejar a más de 100 kilómetros por hora desde San José hasta Cartago para ir a dormir a su casa después de tremenda juerga. El destino los encuentra a ambos poco después de las siete de la mañana en la autopista que lleva a Cartago.

A finales de febrero los diputados ceden y rebajan hasta un 70% las penas de La Ley de Transito ante la presión de sectores con intereses económicos como la Cámara de Restaurantes y Afines. Los borrachos ahora pueden tomar más y pagar menos. Los actos preparatorios para ese encuentro con la muerte estaban dados.

Christopher le dijo a sus amigos, el pasado miércoles, “estoy muy feliz pues ya voy a estrenar mi casita dentro de dos semanas. Eso sí voy a tener que ver qué hago para entrenar porque Santa Ana es un poco peligroso, hay más carros”.

El borracho maneja somnoliento. Lo hace con escasos reflejos pero a toda velocidad. Con alevosía y sabedor de que la ley es alcahueta, olvida las campañas publicitarias “Si toma no maneje”.

Al final, ambos se encuentran en una carretera. Uno practicaba deporte. Otro, como verdadero analfabeto del espíritu, carga su whisky en el estomago camino a Cartago. Viaja a dormir su borrachera.

Christopher muere a las 7:10 a.m. arrollado por el borracho. Su auto de lujo lo tumba a la orilla de la carretera. Se da cuenta de lo que hizo. No le importa un bledo. Huye cobardemente y deja tirado el cuerpo del atleta en una cuneta. Mas adelante, delatado por su propia cobardía, es detenido por exceso de velocidad. Conduce, con 0.93 gramos por litro de sangre de alcohol en su sangre. Niega haber atropellado a mi amigo a pesar de que le falta un pedazo a su carro. El ebrio olvidó que dejó, junto al cuerpo del atleta, el parachoques de su auto. La bicicleta del atleta quedó, junto a su cuerpo, como un rompecabezas. El golpe fue brutal.

Diez minutos después de suceder aquella muerte, llego al lugar donde se encontraba el cuerpo de mi amigo, acompañado de mi esposa. También llegamos a ese lugar en bicicleta. Miro el cuerpo. Aquello es una tragedia. Me detengo a preguntar y otro ciclista llorando me dice “hoy salí a enseñarle a mi hijo lo importante de hacer deporte y pasa esto”.

La mente brillante de los diputados de este país considera que a los borrachos se les debe dar “una segunda oportunidad”, según dijo Carlos Peréz del PLN. Lo dijo después de reformar la ley.

¿Qué hacen estos diputados viajando por todo el mundo si no ven la razón de que otros países no tienen estos problemas?

Es una posibilidad si nos fijamos en la cuenta que por licor le pagamos todos los costarricenses en cada administración a los “Padres de la Patria”.

Estos diputados son los mismos que no renuncian a su inmunidad, a pesar de que algunos de ellos atropellan y matan borrachos a personas. Otros acosan a mujeres y uno escribe memorándums ofensivos para el pueblo o, simplemente, viajan en avioneta y nunca serán atropellados.

Mi amigo murió el domingo. Lo mató un hombre, casi de su edad, un hombre de su generación, de mi generación, después de tomar alcohol y pasar la noche en una fiesta. A mi amigo lo dejaron muerto en el caño de una acera como si fuese un perro muerto. Alguien se apiadó al ver aquello y le tiró una sabana encima. Quien lo mato es hijo de un ex diputado que tampoco hizo nada por detener esas carnicerías que, cada día, se producen en las calles.

Cuando algunos diputados intentaron frenar esas muertes, otros opinaron que la mano dura era demasiado pesada. A mi amigo lo mató su propia generación. La mató la generación que nadie quiere. Su único pecado fue salir a entrenarse en bicileta donde muchos corren a cien kilómetros por hora porque creen que ahí no caben los ciclistas.

Apunten, señores diputados, en el talonario del cheque que cobran, mensualmente, otra muerte.

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